La Virgen quiere que se instaure la devoción a su Inmaculado Corazón

Publicamos un artículo del R. P. Gonzalo Ruiz Freites, IVE con ocasión del aniversario centenario de las apariciones de la Virgen en Fátima.


INTRODUCCIÓN

Estamos en el año del primer centenario de las apariciones de la Virgen María en Fátima, tenidas en los meses que van desde mayo a octubre del 1917, las cuales, a su vez, habían sido preparadas el año precedente por tres apariciones de un ángel a los mismos pastorcitos videntes, Lucía dos Santos, Jacinta Marto y Francisco Marto.

 

Los acontecimientos de Fátima son sin dudas los hechos religiosos “más importantes de la primera mitad del siglo XX, una explosión desbordante de lo sobrenatural en un mundo dominado por lo material” [1]. Esta realidad es tan polifacética y profunda, que se hace imposible resumirla en pocas páginas. Fátima, en efecto, es “un gran signo de los tiempos” [2], un “carisma para nuestro tiempo” [3].

 

Todo en estas apariciones nos habla de las realidades sobrenaturales, de manera especial de las realidades escatológicas, pero también de la historia humana, de la historia concreta del siglo XX y de sus dos guerras mundiales, de los otros innumerables conflictos causados por la expansión del marxismo a partir de la Revolución bolchevique en Rusia en el mismo año 1917, de las innumerables persecuciones sufridas por los cristianos que causaron en ese solo siglo más mártires que en todo el resto de la dos veces milenaria historia de la Iglesia. Fátima es un intercambio, un cruce, entre el Cielo y la tierra, entre la vida de los hombres aquí, con el inexorable destino eterno que nos espera después de la muerte (salvación o condenación eternas) y los reclamos del Cielo, en este caso de la Reina del Cielo, para atraer a los hombres a la salvación mediante la penitencia, la reparación por los pecados, la conversión personal, la asidua práctica sacramental, la ferviente oración y el cumplimiento de los mandamientos, especialmente del primero y más grande: “amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente” (cfr. Mt 22,37).  

 

Sor Lucía, la vidente que murió en el año 2005 con casi 98 años de edad, y que había escrito sus Memorias anteriormente, publicó en 1997 un último libro titulado “Las llamadas del mensaje de Fátima” [4]. “Llamadas” en el sentido de “reclamos”, de “exhortaciones” de la Virgen a sus hijos. Y ella va tratando en los diversos capítulos de la segunda parte de esa obra toda una sinfonía de temas para los cuales el mensaje de Fátima es una fuerte llamada, un fuerte reclamo del Cielo. Los mencionamos sólo para que se vea la inconmensurable riqueza de estas revelaciones para nuestra vida espiritual. Para Sor Lucía, Fátima es un reclamo a la vida de fe (cap. 3), a la adoración (cap. 4), a la esperanza (cap. 5), al amor de Dios (cap. 6), al perdón (cap. 7), a la oración (cap. 8), al sacrificio (cap. 9), a la participación en la Eucaristía (cap. 10), a la intimidad con la Santísima Trinidad (cap. 11), a la recitación cotidiana del Santo Rosario (cap. 12), a la devoción al Corazón Inmaculado de María (cap. 13), a la consideración de la vida eterna (cap. 14), al apostolado (cap. 15), a la perseverancia en el bien (cap. 16), a dejar de ofender a Dios (cap. 17), a la santificación de la familia (cap. 18), a la perfección de la vida cristiana (cap. 19), a la vida de plena consagración a Dios (cap. 20), a la santidad (cap. 21), a seguir el camino que conduce al Cielo (cap. 22).

 

Además de todos estos aspectos espirituales, Fátima constituye la clave teológica de lectura para los principales acontecimientos que marcaron la historia del siglo XX, tanto la historia secular como la historia de la Iglesia, inseparable de los avatares de la historia humana. Fátima es una amalgama de profecía y de escatología. Y en ese aspecto profético entra de lleno nuestro tiempo, este siglo XXI, porque consideramos que también este tiempo ha sido profetizado en Fátima como el tiempo del triunfo del Inmaculado Corazón de María. Y esto toca de lleno la vida de los cristianos, miembros del Cuerpo místico de Cristo, y de manera especial el ministerio de los sacerdotes, que tiene que ser marcadamente mariano [5].

 

En este escrito nos limitaremos a desarrollar algunos aspectos del mensaje de Fátima que, a nuestro modo de ver, constituyen el fundamento teológico de todos los reclamos que la Reina del Cielo vino a pedir en Fátima, y que siguen siendo válidos para nosotros hoy, en este inicio del siglo XXI. De manera principal se trata del misterio de la unidad de los miembros del Cuerpo Místico de Cristo -la Iglesia- con el mismo Señor, y por lo mismo, de la cooperación de los miembros de Cristo en la obra de la redención del mundo, obrada por Jesús de una vez y para siempre en el misterio pascual (cfr. Heb 7,27; 9,12.26-28; 10,10). Pensamos que este es el fundamento teológico no sólo de las peticiones de María Santísima en Fátima, sino también, de modo particular, del así llamado “Secreto” de Fátima, revelado por Nuestra Señora en la tercera aparición, el 13 de julio de 1917. Consideraremos pues el Secreto desde este punto de vista, con la esperanza de contribuir a alimentar la esperanza en el triunfo del Inmaculado Corazón de María, que será el de Cristo, y de mover a los lectores a seguir los reclamos de María Santísima de Fátima con un renovado empeño de vida cristiana.  

 

Desarrollaremos cinco puntos:

 

I. La solicitud maternal de María Santísima manifestada en los últimos tiempos

 

II. Una aproximación al secreto de Fátima

 

III. El secreto de Fátima y la participación de los miembros de Cristo en la obra de la redención.

 

IV. La lógica de la cruz vivificante en la ilación de las tres partes del secreto

 

V. Los mártires del siglo XX y la perspectiva esperanzadora del mensaje de Fátima

 

 

I. La solicitud maternal de María Santísima manifestada en los últimos tiempos

I.   

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

San Juan Pablo II dijo en la Misa de Beatificación de los pastorcitos Jacinta y Francisco, el 13 de mayo de 2000: “Por designio divino, una Mujer vestida de sol (Ap 12,1) vino del cielo a esta tierra en búsqueda de los pequeños privilegiados del Padre. Les habla con voz y corazón de madre: los invita a ofrecerse como víctimas de reparación, mostrándose dispuesta a conducirlos, seguros, hasta Dios” [6].

 

Fátima es así una manifestación de la amorosa solicitud maternal de María Santísima por los hombres de nuestro tiempo. Todo en Ella es maternal y misericordioso, y aun cuando anuncia grandes catástrofes, como el estallido de una guerra peor que la que estaba en curso (la Primera Guerra Mundial) o el diseminarse de los errores marxistas por todo el mundo, o las grandes persecuciones a la Iglesia durante el siglo XX, lo hace movida por su amor maternal, para inducirnos a la penitencia y a la conversión, para evitar así esos males y el peor de todos los males, que es la eterna condenación. Lo hace también por amor a su Divino Hijo, el cual, dice Ella, está ya muy ofendido [7], y que ha derramado su sangre por los pecadores. En la tercera aparición Ella dirá: “Visteis el infierno donde van las almas de los pobres pecadores. Para salvarlos Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. Si hacen lo que yo os digo se salvarán muchas almas y tendrán paz” [8].

 

Este reclamo de María Santísima no debe dejarnos indiferentes a nosotros, sacerdotes y fieles cristianos, pues es una de las afirmaciones centrales de todas las revelaciones hechas en Fátima. María, en efecto, nos indica que Ella misma es el camino que conduce a Cristo, que Ella es Refugio de los pecadores y abogada, y que la devoción a Ella (a su Inmaculado Corazón) es una vía de salvación para los pecadores, y esto por voluntad del mismo Dios, que quiere que sea así en esta última edad de la historia. Vienen a nuestra mente las enseñanzas de San Luis María Grignon de Montfort cuando menciona que los últimos tiempos serán los tiempos de María, tanto por su reinado en los corazones como por su lucha implacable contra el maligno, y, hablando de los santos de los últimos tiempos, dice: “Ella realizará también los mayores portentos de los últimos tiempos: la formación y educación de los grandes santos, que vivirán hacia el final de los tiempos, están reservados a Ella, porque sólo esta Virgen singular y milagrosa puede realizar, en unión del Espíritu Santo, las cosas excelentes y extraordinarias” [9].

 

A nuestro modo de ver, estas profecías -la del triunfo de María hecha en Fátima y la de los grandes santos de los últimos tiempos hecha por San Luis María- se hacen más patentes y preludian una era de grandes santos para la Iglesia a la luz de la tercera parte del “Secreto” de Fátima.

 

 

II. Una aproximación al “Secreto de Fátima”

 

En la tercera aparición, ocurrida el 13 de julio de 1917, la Virgen Santísima reveló en el llamado “Secreto de Fátima” cosas admirables a los niños, de las cuales podemos sacar inmenso provecho para nuestro intento.

El “Secreto” consta de tres partes distintas: la primera es una visión; la segunda está constituida por palabras de María Santísima; la tercera es otra visión. Como se sabe, este secreto fue revelado por Sor Lucía paulatinamente a las Autoridades eclesiásticas correspondientes, reservando la tercera parte solo a los Sumos Pontífices. Esta última parte se hizo pública después de la beatificación de Jacinta y Francisco, durante el Gran Jubileo del año 2000, por expresa voluntad de San Juan Pablo II, acompañada por un comentario teológico del Card. Joseph Ratzinger, entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

 

La primera parte del secreto es la visión del infierno. La segunda profetiza la Segunda Guerra Mundial, la desaparición de varias naciones, las persecuciones del comunismo a la Iglesia. Habla también del martirio de los buenos, de los sufrimientos del Santo Padre, de la consagración de Rusia al Inmaculado Corazón de María por el Papa, por la cual este Inmaculado Corazón al final triunfará. La tercera parte, en forma de visión como la primera, se refiere a la persecución sufrida por la Iglesia por obra de los gobiernos totalitarios ateos, habla del atentado al Papa, del futuro del mundo y del sentido del sufrimiento de los mártires para la salvación de muchas almas. Pensamos que en esta parte del mensaje se incluyen los sufrimientos de todos los cristianos, y, por lo tanto, también los nuestros. Vayamos por partes.

 

 

1.      La visión del infierno

 

Más que la visión del infierno en sí misma, nos interesa destacar el efecto que ella produjo en los pastorcitos y la explicación y las promesas que hace Nuestra Señora en la segunda parte del secreto, en la cual Ella dice explícitamente que con su libre cooperación, los hombres pueden evitar los males anunciados, y, sobre todo, cooperar en la salvación de las almas para que no vayan al infierno.

 

Sor Lucía relata: “Nuestra Señora nos mostró un gran mar de fuego que parecía estar debajo de la tierra. Sumergidos en ese fuego, los demonios y las almas, como si fuesen brasas transparentes y negras o bronceadas, con forma humana que fluctuaban en el incendio, llevadas por las llamas que de ellas mismas salían, juntamente con nubes de humo que caían hacia todos los lados, parecidas al caer de las pavesas en los grandes incendios, sin equilibrio ni peso, entre gritos de dolor y gemidos de desesperación que horrorizaba y hacía estremecer de pavor. Los demonios se distinguían por sus formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero transparentes y negros” [10].

 

Esta visión y su explicación por parte de Nuestra Señora, como también la tercera parte del secreto y otras revelaciones hechas en las seis apariciones de 1917, nos muestran a María Santísima como una gran maestra de las verdades últimas, los “novísimos”: muerte, juicio, cielo, purgatorio, infierno. Los sacerdotes deberían tomar nota para la tarea pastoral, pues si bien en realidad lo más importante es el amor a Dios, en el cual consiste la perfección de la vida cristiana, será siempre verdad la enseñanza perenne de la Sagrada Escritura: “Acuérdate de tus postrimerías y no pecarás jamás” (Eclo 7,40). Es una falsa misericordia la que excluye de la predicación cristiana a las verdades últimas, porque deja de poner al hombre frente a la eternidad y por lo tanto lo aleja del confrontarse con el problema humano más radical y fundamental, que es el de la eterna salvación. El método pastoral de María, lleno de misericordia y de amor materno, no prescinde de presentar este problema, todo lo contrario.

 

De hecho, esta visión despertó en los pastorcitos un heroísmo no común en niños de su edad, manifestado en oraciones e incluso en penitencias realmente extraordinarias, con tal de salvar del infierno a las almas de los pobres pecadores y para consolar a Jesús, tan ofendido. En el alma de la pequeña Jacinta habían calado profundísimamente la condenación de los pecadores, y por tanto el deseo de expiar por sus pecados para ayudar a salvarlos, y los sufrimientos del Santo Padre, anunciados aquí y en la tercera parte del secreto [11]. En el pequeño Francisco, en cambio, había calado más profundamente el deseo de consolar a Jesús, que está tan ofendido y al cual vieron en una de las visiones muy triste. Y por eso todo le parecía poco para consolarlo [12].

 

Lucía trata de explicar en sus Memorias cómo fue que niños tan pequeños llegaron a actos tan heroicos de penitencia. Se refiere particularmente a Jacinta en esta página, y atribuye este heroísmo al efecto saludable que causó en ella la visión del infierno: “¿Cómo es que Jacinta, siendo tan pequeñita, se dejó poseer y llegó a comprender tan gran espíritu de mortificación y penitencia? Me parece a mí que fue debido: primero, a una gracia especialísima que Dios, por medio del Inmaculado Corazón de María, le concedió; segundo, viendo el infierno y las desgracias de las almas que allí padecen. Algunas personas, incluso piadosas, no quieren hablar a los niños pequeños sobre el infierno, para no asustarlos; sin embargo, Dios no dudó en mostrarlo a tres y una de ellas contando apenas seis años; y Él bien sabía que había de horrorizarse hasta el punto de, casi me atrevería a decir, morirse de susto.

 

Con frecuencia (ella) se sentaba en el suelo o en alguna piedra y, pensativa, comenzaba a decir: ‘¡El infierno! ¡El infierno! ¡qué pena tengo de las almas que van al infierno! ¡Y las personas que, estando allí vivas, arden como la leña en el fuego!’. Y, asustada, se ponía de rodillas, y con las manos juntas, rezaba las oraciones que Nuestra Señora nos había enseñado: ‘¡Oh Jesús mío, perdónanos, líbranos del fuego del infierno, lleva al Cielo a todas las almas, especialmente a aquellas que más lo necesitan!’” [13].

 

 

2.     El anuncio de los castigos y las promesas de Nuestra Señora

 

 

Ante la espantosa visión del infierno, los pastorcitos estaban aterrados, y Nuestra Señora prosiguió con la segunda parte del Secreto, diciendo: “Visteis el infierno a donde van las almas de los pobres pecadores; para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. Si se hace lo que os voy a decir, se salvarán muchas almas y tendrán paz. La guerra pronto terminará. Pero si no dejaren de ofender a Dios, en el pontificado de Pio XI comenzará otra peor. Cuando veáis una noche iluminada por una luz desconocida, sabed que es la gran señal que Dios os da de que va a castigar al mundo por sus crímenes, por medio de la guerra, del hambre y de las persecuciones a la Iglesia y al Santo Padre. Para impedirla, vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón y la Comunión reparadora de los Primeros Sábados [14]. Si se atienden mis deseos, Rusia se convertirá y habrá paz; si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia [15]. Los buenos serán martirizados y el Santo Padre tendrá mucho que sufrir; varias naciones serán aniquiladas. Por fin mi Inmaculado Corazón triunfará. El Santo Padre me consagrará a Rusia, que se convertirá, y será concedido al mundo algún tiempo de paz. En Portugal se conservará siempre el dogma de la fe, etc. […] Cuando recéis el Rosario decid después en cada misterio: Jesús mío, perdónanos, líbranos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas, y especialmente a las que más lo necesiten”.

 

Estas palabras de María Santísima son un nexo entre las dos visiones. Por una parte, la Blanca Señora menciona la visión del infierno “donde van las almas de los pobres pecadores”: es el mal absoluto, irremediable, sin retorno...  Para evitarlo, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a María Santísima. Pero al mismo tiempo el discurso de Nuestra Señora introduce la visión que constituye la tercera parte del secreto, pues esta visión es como una explicitación visual y profética de lo que Ella anuncia en su discurso. Más adelante veremos la ilación lógica de las tres partes del Secreto.

 

 

 3. La tercera parte del Secreto

 

Sor Lucía escribió la tercera parte del Secreto recién el 3 de enero de 1944, en la ciudad de Tuy. Antes de esto, los pastorcitos y especialmente la misma Lucía, que había sobrevivido a sus dos primitos, guardaron el secreto de manera heroica, porque así se los había pedido Nuestra Señora [16].

 

 

a.      El texto y su carácter profético y simbólico

 

Se trata de una profecía de carácter simbólico que explicita lo que Nuestra Señora acababa de decirles en relación a los males que habrían de sobrevenir a la humanidad si no se hacía penitencia [17].

 

El texto dice así: “Después de las dos partes que ya he expuesto, hemos visto al lado izquierdo de Nuestra Señora un poco más en lo alto a un Ángel con una espada de fuego en la mano izquierda; centelleando emitía llamas que parecía iban a incendiar el mundo; pero se apagaban al contacto con el esplendor que Nuestra Señora irradiaba con su mano derecha dirigida hacia él; el Ángel señalando la tierra con su mano derecha, dijo con fuerte voz: ¡Penitencia, Penitencia, Penitencia! Y vimos en una inmensa luz que es Dios: ‘algo semejante a como se ven las personas en un espejo cuando pasan ante él’ a un Obispo vestido de Blanco ‘hemos tenido el presentimiento de que fuera el Santo Padre’. También a otros Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas subir una montaña empinada, en cuya cumbre había una gran Cruz de maderos toscos como si fueran de alcornoque con la corteza; el Santo Padre, antes de llegar a ella, atravesó una gran ciudad medio en ruinas y medio tembloroso con paso vacilante, apesadumbrado de dolor y pena, rezando por las almas de los cadáveres que encontraba por el camino; llegado a la cima del monte, postrado de rodillas a los pies de la gran Cruz, fue muerto por un grupo de soldados que le dispararon varios tiros de arma de fuego y flechas; y del mismo modo murieron unos tras otros los Obispos sacerdotes, religiosos y religiosas y diversas personas seglares, hombres y mujeres de diversas clases y posiciones. Bajo los dos brazos de la Cruz había dos Ángeles cada uno de ellos con una jarra de cristal en la mano, en las cuales recogían la sangre de los Mártires y regaban con ella las almas que se acercaban a Dios” [18].

 

 

b.      Interpretación de la visión

 

Esta tercera parte del secreto fue interpretada ya por la misma Sor Lucía, quien en una carta escrita al Papa Juan Pablo II el 12 de mayo de 1982, un año después del atentado contra la vida del Papa ocurrido en la Plaza San Pedro del Vaticano, dice: “La tercera parte del secreto se refiere a las palabras de Nuestra Señora: “Si no [Rusia] diseminará sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia. Los buenos serán martirizados, el Santo Padre sufrirá mucho, varias naciones serán destruidas” (13-VII-1917). La tercera parte es una revelación simbólica, que se refiere a esta parte del Mensaje, condicionado al hecho de que aceptemos o no lo que el mismo Mensaje pide: ‘si aceptaren mis peticiones, Rusia se convertirá y tendrán paz; si no, diseminará sus errores por el mundo, etc’. Desde el momento en que no hemos tenido en cuenta este llamamiento del Mensaje, constatamos que se ha cumplido, Rusia ha invadido el mundo con sus errores. Y, aunque no constatamos aún la consumación completa del final de esta profecía, vemos que nos encaminamos poco a poco hacia ella a grandes pasos. Si no renunciamos al camino del pecado, del odio, de la venganza, de la injusticia violando los derechos de la persona humana, de inmoralidad y de violencia, etc.  [19]”.

 

La misma autoridad de la Iglesia procedió luego a dar una interpretación, por cuanto era posible, más completa y de algún modo oficial, ya que el mismo Papa Juan Pablo II confió este encargo a la Congregación para la Doctrina de la Fe, la cual publicó el 26 de junio de 2000 un comentario teológico y otros documentos en un volumen llamado “El mensaje de Fátima”.

 

Antes de esto, al final de la Misa de Beatificación de Jacinta y Francisco en Fátima (13 de mayo de 2000), el entonces Secretario de Estado, Card. Angelo Sodano, daba una interpretación que sigue y explicita la de Sor Lucía [20]: “La visión de Fátima tiene que ver sobre todo con la lucha de los sistemas ateos contra la Iglesia y los cristianos, y describe el inmenso sufrimiento de los testigos de la fe del último siglo del segundo milenio. Es un interminable Via Crucis dirigido por los Papas del Siglo XX. Según la interpretación de los pastorinhos, interpretación confirmada recientemente por Sor Lucia, el ‘Obispo vestido de blanco’ que ora por todos los fieles es el Papa. También él, caminando con fatiga hacia la Cruz entre los cadáveres de los martirizados (obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y numerosos laicos), cae a tierra como muerto, bajo los disparos de arma de fuego”.

 

Luego el Purpurado proseguía: “Después del atentado del 13 de mayo de 1981, a Su Santidad le pareció claro que había sido ‘una mano materna quien guió la trayectoria de la bala’, permitiendo al ‘Papa agonizante’ que se detuviera ‘en el umbral de la muerte’” [21]. Y más adelante el Card. Sodano aplicaba la profecía al régimen comunista, cuyo mayor exponente fue la Unión Soviética, y que había caído precipitadamente a partir de 1989: “Los sucesivos acontecimientos del año 1989 han llevado, tanto en la Unión Soviética como en numerosos Países del Este, a la caída del régimen comunista que propugnaba el ateísmo. También por esto el Sumo Pontífice le está agradecido a la Virgen desde lo profundo del corazón. Sin embargo, en otras partes del mundo los ataques contra la Iglesia y los cristianos, con la carga de sufrimiento que conllevan, desgraciadamente no han cesado. Aunque las vicisitudes a las que se refiere la tercera parte del secreto de Fátima parecen ya pertenecer al pasado, la llamada de la Virgen a la conversión y a la penitencia, pronunciada al inicio del siglo XX, conserva todavía hoy una estimulante actualidad”. Y citando a Juan Pablo II añadía: “La Señora del mensaje parecía leer con una perspicacia especial los signos de los tiempos, los signos de nuestro tiempo ... La invitación insistente de María santísima a la penitencia es la manifestación de su solicitud materna por el destino de la familia humana, necesitada de conversión y perdón” [22].

 

Tenemos entonces muchos elementos cuya realización histórica parece ya haberse cumplido. Y esto implica tanto a la segunda como a la tercera parte del secreto. Tales acontecimientos son el estallido de la Segunda Guerra Mundial, y, sobre todo, el largo calvario de la Iglesia perseguida por los regímenes totalitarios durante todo el siglo XX, con su cúmulo impresionante de mártires cristianos. Tenemos también el atentado al Papa Juan Pablo II, ocurrido en la Plaza San Pedro el 13 de mayo de 1981, fiesta de Nuestra Señora de Fátima, del cual el Santo Papa se sabía milagrosamente salvado por la mano maternal de la Virgen [23].

 

Pero hay, además, otros elementos que permanecen muy misteriosos, como la “conversión” de Rusia, pues claramente esta profecía no se ha cumplido solo con la caída del régimen soviético que promovía el ateísmo y las persecuciones a la Iglesia en Europa del Este, gran parte de Asia, y en diversos lugares del mundo. Además, no podemos olvidar que todavía hoy innumerables cristianos sufren persecución violenta, por ej., en los países de Medio Oriente. En este sentido, si bien la profecía de Fátima se refiere principalmente a las persecuciones marxistas, incluye también a nuestros hermanos que hoy sufren atroces persecuciones y que, de modo misterioso, benefician con sus sacrificios a toda la Iglesia, como desarrollaremos en el siguiente punto [24].

 

Es necesario remarcar que, además, como dice Sor Lucía en su libro “Llamadas del mensaje de Fátima”, en el mensaje-profecía de Fátima hay muchos otros elementos que tienen un aspecto más permanente y nos tocan de cerca, personalmente. Son todos aquellos elementos que llaman a la conversión personal y de los pueblos. Por eso San Juan Pablo II decía que “La invitación insistente de María santísima a la penitencia es la manifestación de su solicitud materna por el destino de la familia humana, necesitada de conversión y perdón”  [25].

 

 

III. El secreto de Fátima y la participación de los miembros de Cristo en la obra de la redención

 

Entramos ahora en la parte central de este escrito. ¿Qué relación hay entre nuestra vida cristiana y, sobre todo, entre nuestro ser miembros de Cristo y los mensajes revelados en las apariciones de Nuestra Señora en Fátima? Ya hemos dicho que la relación es mucha, puesto que Fátima es un gran reclamo del Cielo a una vida cristiana seria, donde el amor a Dios y al prójimo sean lo primero, y por tanto, donde la oración, la penitencia, el culto de Dios y las obras de caridad al prójimo, especialmente con los más necesitados que son los pecadores, sean los medios privilegiados para el desarrollo de nuestra caridad.

 

Pero hay un aspecto que a nuestro modo de ver es uno de los más profundos del mensaje de Fátima, y sin el cual no se entienden todos los otros reclamos del Cielo allí contenidos, y sobre todo, no se entiende profundamente el “Secreto de Fátima” en su dimensión más eclesiológica, más dramática y al mismo tiempo más trascendente. Es el aspecto de la comunión en los padecimientos de Cristo para bien de las almas, aspecto que sobresale en los mártires, pero que también forma parte esencial de nuestra vocación cristiana, y de manera especialísima, del ministerio sacerdotal. Así enseña Pío XII: “Cristo Jesús, pendiente de la cruz, no sólo resarció a la justicia violada del Eterno Padre, sino que nos mereció, además, como a consanguíneos suyos, una abundancia inefable de gracias. Y bien pudiera, en verdad, haberla repartido directamente por sí mismo al género humano, pero quiso hacerlo por medio de una Iglesia visible en que se reunieran los hombres, para que todos cooperasen, con Él y por medio de aquélla, a comunicarse mutuamente los divinos frutos de la Redención. Porque así como el Verbo de Dios, para redimir a los hombres con sus dolores y tormentos, quiso valerse de nuestra naturaleza, de modo parecido en el decurso de los siglos se vale de su Iglesia para perpetuar la obra comenzada” [26].

 

Desarrollaremos este punto tomando como ritornello una frase de San Pablo que se refiere a todo miembro del Cuerpo místico de Cristo, aunque toca particularmente a los ministros sagrados, y que el Card. Ratzinger cita explícitamente al final de su comentario teológico a la tercera parte del “Secreto de Fátima” [27]: “completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia, de la cual he sido constituido ministro” (Col 1,24-25).

 

I. Lo que falta a la pasión de Cristo

 

La frase del Apóstol a primera vista es enigmática y sorprendente, porque afirma claramente que a la pasión del Señor le falta algo. Por otra parte, sabemos que en realidad la obra de Cristo es perfectísima, y es, además, sobreabundante redención para el género humano (cfr. Rm 5,20; Ef 2,4-10; Heb 7,11-28; passim). Entonces, ¿en qué sentido le falta algo? Debemos explicar qué quiere decir el Apóstol.

 

La frase constituye todo un programa de vida espiritual para todos los cristianos y para los sacerdotes, pues se explica por la unidad o solidaridad que hay entre Cristo y los miembros de su único Cuerpo Místico en la vida de la gracia. Bajo esta luz, “lo que falta a la pasión de Cristo” puede entenderse de dos maneras distintas, muy relacionadas entre sí:

 

- En cuanto a la aplicación de la pasión de Cristo para que su eficacia infinita, obtenida en el ofrecimiento sacerdotal que Él hizo “una sola vez y para siempre” (Heb 9,28) alcance o se aplique a todos los hombres a lo largo de la historia.

 

- En cuanto a la necesaria conformidad que debe existir entre el cuerpo y su cabeza, es decir, entre Cristo y sus miembros, conformidad que debe ser aún mayor en los ministros sagrados.

 

a.      La aplicación eficaz de la pasión de Cristo a lo largo de la historia

 

El primer modo lo indica el sentido literal del texto paulino, en el cual el apóstol está hablando como ministro del evangelio (cfr. Col 1,23.25.28-29). La expresión dice claramente que hay algo que falta a la pasión de Cristo, algo que puede ser completado por los ministros del evangelio, algo por lo cual él se afana incansablemente (cfr. 1,29). La expresión no debe entenderse en el sentido de que la pasión de Nuestro Señor fue incompleta o insuficiente satisfacción por los pecados del género humano, ya que fue sobreabundantemente infinita como precio de nuestro rescate. Debe entenderse entonces respecto a la aplicación eficaz de los méritos de la pasión a todos los hombres de todos los tiempos, aplicación que se hace efectiva por medio del ministerio apostólico al cual se refiere el Apóstol, pero no solo, pues a ello impele a todos los cristianos el mismo bautismo en fuerza de la caridad.

 

En otras palabras, a la “redención objetiva” obrada por Jesucristo en el Calvario le falta su “aplicación subjetiva” en los hombres a lo largo de la historia.

 

Hermosamente el clásico autor español Padre Luis La Palma glosa las palabras de San Pablo diciendo: “para que el mérito de la pasión de Jesucristo se aplique con efecto a los infieles y pecadores es necesario predicar, peregrinar y padecer muchas contradicciones y persecuciones, las cuales le faltaron a Cristo padecer para santificar todo su cuerpo (…) éstas las cumplo yo por Él con mucha alegría, pues yo (…) también padezco en mi cuerpo el hambre y la sed, las cárceles y prisiones que hubiera de padecer Jesucristo si estuviese presente”  [28]. Es decir, es voluntad de Dios que, por medio de nuestras tribulaciones, sacrificios, oraciones, trabajos, etc., cooperemos a que la única y sobreabundante redención obrada por Jesús en el Calvario sea aplicada a todos los hombres, particularmente a los de nuestro tiempo, a nuestros contemporáneos.

 

b. La conformidad de los miembros de Cristo con su Cabeza

 

La expresión puede entenderse además en otro sentido, es decir, en cuando a la necesaria conformidad que debe existir entre Cristo y sus miembros. Y en este segundo caso se aplica directamente a todos los cristianos, a todos los miembros del Cuerpo Místico de Cristo. El punto de partida de esta explicación es que el Cuerpo de Jesucristo, la Iglesia, debe en todo ser conforme a su Cabeza, porque Dios quiere que aquellos que predestinó… “sean conformes a la imagen de su Hijo” (Rm 8,29). De aquí que, “aunque a la pasión de Cristo en cuanto a la persona de Cristo nada le falta, pero en cuanto a su Cuerpo Místico, le falta todo lo que han de padecer sus miembros, para que por la comunión de estas pasiones la Iglesia quede hermoseada, sin mancha ni arruga, ni cosa semejante, y sea santa e inmaculada (cfr. Ef 5,27)” [29].

 

El mismo San Pablo lo dice algunos versículos más adelante, indicando el fin por el cual él sufre: “para hacerlos a todos perfectos en Cristo” (1,28), es decir, conformes a Cristo. Esta explicación la da también de manera muy hermosa Santo Tomás de Aquino en el Comentario a este pasaje de Colosenses diciendo: “Cristo y la Iglesia son una persona mística, cuya cabeza es Cristo y los santos son sus miembros. Luego esto era lo que faltaba, que así como Jesucristo padeció en su cuerpo, así padeciese en Pablo como en un miembro suyo”  [30]. En otras palabras, toda la persona mística, el Cristo total, ha de ser de la misma suerte y condición: la Cabeza ya padeció lo que le correspondía, ahora le falta padecer lo que han de sufrir los miembros para conformarse con la cabeza [31]. Este es el sentido de la conocida frase de Blaise Pascal que San Juan Pablo II amaba repetir: “Cristo estará en agonía hasta al final de los tiempos”  [32].

 

Sobre esta semejanza entre Cristo y la Iglesia concluimos con una enseñanza del Magisterio pontificio: “Y así como quiere Jesucristo que todos los miembros sean semejantes a Él, así también quiere que lo sea todo el Cuerpo de la Iglesia […] No es, pues, de maravillar que la Iglesia, mientras se halla en esta tierra, padezca persecuciones, molestias y trabajos, a ejemplo de Cristo” [33].

 

Juntando ambos aspectos, tenemos entonces que los sufrimientos de los miembros del Cuerpo místico son, en realidad, sufrimientos del mismo Cristo, los cuales Él padece en sus miembros, los cristianos de todos los tiempos, por los mismos fines por los que padeció en los miembros de su cuerpo físico en el Calvario (es decir, para redimir almas, para que los frutos de su misterio pascual se apliquen a lo largo de la historia). A su vez esto realiza, de hecho, una semejanza o conformidad entre Cristo y sus miembros, conformidad en la que consiste la vocación cristiana en razón del bautismo.

 

San Juan Pablo II visitando a Ali Aqga en la cárcel, después del atentado
San Juan Pablo II visitando a Ali Aqga en la cárcel, después del atentado

2. La solidaridad o comunión de los miembros en el Cuerpo místico de Cristo

 

Lo que acabamos de decir es, en realidad, una aplicación de la verdad revelada de la unidad del Cuerpo Místico de Cristo, es decir, del misterio de la comunión de los santos, verdad de fe que profesamos cada vez que rezamos el Credo.

 

En Cristo existe una íntima comunión entre aquellos que se incorporan a Él, sea que vivan todavía en este mundo como peregrinos, sea que hayan llegado al paraíso, sea que después de la muerte esperen, purificándose, la admisión a la visión y al goce de Dios. San Pablo enseña varias veces y con diversas expresiones la realidad de esta unión o comunión, por ejemplo, cuando dice “todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gal 3,28). Entre los miembros del único Cuerpo místico de Cristo circula la misma vida divina, la misma caridad, que deriva de Cristo cabeza a su cuerpo [34].

 

En el Nuevo Testamento esta realidad es, tal vez, una de las verdades más enseñadas, de muchas maneras distintas. Mencionamos tres, que son otros tantos modos de expresar la realidad misteriosa de la unidad entre Cristo y la Iglesia, entre Cristo y su Cuerpo místico. Jesús utiliza la imagen de la unión entre la vid y sus sarmientos: “Yo soy la vid… Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, tampoco vosotros podréis si no permanecéis en mí. Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, dará mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (Jn 15,1.4-5). Por su parte, San Pablo utiliza varias veces la alegoría de la cabeza y el cuerpo para expresar la misma realidad de la unidad de Cristo con su Cuerpo místico (cfr. Rm 12,4-5; 1 Cor 12,12-31; Ef 1,22-23; 5,23-33). El mismo Jesús utiliza una tercera imagen, la del esposo, desarrollada después por San Pablo: Cristo es el esposo de la Iglesia, como es también Cabeza de su Cuerpo [35]. Él ha dado la vida por ella, para santificarla y presentársela a sí mismo como esposa toda santa e inmaculada, y para llegar a ser con ella una sola carne, lo cual para el Apóstol es un “grande misterio” (cfr. Ef 5,21-23) [36].

 

En esta unidad de la persona mística de Cristo, los miembros se ayudan los unos a los otros. Podemos ayudarnos porque por la común incorporación a Cristo “los unos somos miembros de los otros” (Rm 12,4-5) como enseña S. Pablo, incluidos nuestros hermanos que ya han dejado este mundo y se purifican en el Purgatorio o gozan ya del Paraíso.

 

Existe, entonces, entre todos los miembros del Cuerpo místico de Cristo una misteriosa comunión o solidaridad que implica la participación en los mismos bienes espirituales. El Beato Pablo VI la describe así: “Por arcanos y misericordiosos designios de Dios, los hombres están vinculados entre sí por lazos sobrenaturales, de suerte que el pecado de uno daña a los demás, de la misma forma que la santidad de uno beneficia a los otros. De esta suerte, los fieles se prestan ayuda mutua para conseguir el fin sobrenatural. Un testimonio de esta comunión se manifiesta ya en Adán, cuyo pecado se propaga a todos los hombres. Pero el mayor y más perfecto principio, fundamento y ejemplo de este vínculo sobrenatural es el mismo Cristo, a cuya unión con Él, Dios nos ha llamado” [37]. Esta misteriosa solidaridad permite que Él, siendo inocentísimo, haya podido asumir sobre sí mismo nuestros pecados como si fuesen suyos para expiarlos en su muerte en la cruz [38]. Y, por otra parte, permite que los méritos de Cristo puedan aprovechar a los miembros de su Cuerpo místico, que forman con Él una sola y la misma realidad. Y por ello mismo, entre los miembros, permite que los méritos de unos puedan aprovechar a los otros [39], enriqueciéndose mutuamente al participar del infinito tesoro espiritual de la Iglesia [40].

 

Pío XII sintetiza esta doctrina con una fuerza particular: “Mas no por esto se vaya a pensar que la Cabeza, Cristo, al estar colocada en tan elevado lugar, no necesita de la ayuda del Cuerpo. Porque también de este místico Cuerpo cabe decir lo que San Pablo afirma del organismo humano: ‘No puede decir... la cabeza a los pies: no necesito de vosotros’ (1 Cor 12,21). Es cosa evidente que los fieles necesitan del auxilio del Divino Redentor, puesto que El mismo dijo: ‘Sin mí nada podéis hacer’ (Jn 15,5); y, según el dicho del Apóstol, todo el crecimiento de este Cuerpo en orden a su desarrollo proviene de la Cabeza, que es Cristo (cfr. 1 Cor 3,6-7; Ef 4,16; Col 2,19). Pero a la par debe afirmarse, aunque parezca completamente extraño, que Cristo también necesita de sus miembros […] Nuestro Salvador, como no gobierna la Iglesia de un modo visible, quiere ser ayudado por los miembros de su Cuerpo místico en el desarrollo de su misión redentora. Lo cual no proviene de necesidad o insuficiencia por parte suya, sino más bien porque Él mismo así lo dispuso para mayor honra de su Esposa inmaculada. Porque, mientras moría en la Cruz, concedió a su Iglesia el inmenso tesoro de la redención, sin que ella pusiese nada de su parte; en cambio, cuando se trata de la distribución de este tesoro, no sólo comunica a su Esposa sin mancilla la obra de la santificación, sino que quiere que en alguna manera provenga de ella. Misterio verdaderamente tremendo y que jamás se meditará bastante, el que la salvación de muchos dependa de las oraciones y voluntarias mortificaciones de los miembros del Cuerpo místico de Jesucristo, dirigidas a este objeto, y de la cooperación que Pastores y fieles -singularmente los padres y madres de familia- han de ofrecer a nuestro Divino Salvador” [41].

 

 

 
San Juan Pablo II en Fátima
San Juan Pablo II en Fátima

    3. Nuestra Señora pide en Fátima nuestra cooperación en la obra de la redención

 

Debemos encontrar en este gran misterio de la comunión de los santos en Cristo el fundamento de las peticiones que Nuestra Señora vino a hacer en Fátima, sobre todo en relación a la expiación de los pecados de los hombres y a dar todo nuestro amor y nuestro consuelo al Señor por aquellos que no lo aman, como les había enseñado a rezar a los tres pastorcitos el ángel que se les había aparecido el año anterior: “Dios mío, yo creo, adoro, espero y os amo. Os pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no os aman”  [42].

 

En Fátima, Nuestra Señora pidió a los tres pastorcitos precisamente esto, es decir, si querían asociarse al misterio de la salvación de las almas de los pobres pecadores. Así ya en la primera aparición Ella les pregunta: “¿Queréis ofreceros a Dios, para suportar todos los sufrimientos que Él quiera enviaros, en acto de reparación por los pecados con que Él es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores?”. Ante la respuesta afirmativa de los niños, María Santísima les confirmó: “Tendréis, pues, que sufrir mucho, pero la gracia de Dios será vuestra fortaleza” [43]. Y así, repetidas veces, María Santísima los animó a sufrir mucho por la conversión de los pecadores, y por amor a Jesús, y en reparación de las ofensas que se hacen contra el Inmaculado Corazón de María, y para consolar a Jesús, que está tan ofendido. Y ellos así lo entendieron y no dejaban pasar ninguna ocasión para hacer penitencia [44]. Ya en el año anterior el ángel les había pedido exactamente lo mismo: “En todo lo que podáis, ofreced a Dios un sacrificio como acto de reparación por los pecados con que Él es ofendido y como súplica por la conversión de los pecadores” [45].

 

Fátima 1917. Milagro del sol
Fátima 1917. Milagro del sol

    4.      Particular obligación de los sacerdotes

 

Lo que venimos diciendo, y que vale para todo cristiano -no olvidemos que los niños de Fátima eran laicos-, vale especialmente para los ministros ordenados. En efecto, si por esta solidaridad o comunión de los santos podemos merecer unos por otros, ¡cuánto más toca esto al ministerio sacerdotal, ya que los sacerdotes hemos sido constituidos por Cristo ministros de la redención, es decir, administradores de los misterios de Dios!  (cfr. Ef 3,7; Col 1,23-25; Tit 1,7), o como decía bellamente Santa Catalina de Siena, somos “ministros de la sangre” [46].

 

En rigor, el sacerdocio católico no es diverso del de Cristo, sino que es una participación de su único sacerdocio, del único sacerdocio verdadero y eterno del Sumo sacerdote. Por tanto, la configuración con Cristo del sacerdote pasa necesariamente por la configuración con Él también como víctima, porque Él es perfecto sacerdote y al mismo tiempo perfecta y agradabilísima víctima delante de Dios. Él une en sí mismo el ofrecer como sacerdote y el ofrecerse como víctima. Y de ese mismo nuevo sacerdocio Cristo ha hecho partícipes a los ministros ordenados, siendo Él mismo, como dice Santo Tomás, “la fuente de todo sacerdocio” [47]. De manera que “ninguno puede decirse buen pastor, a menos que se halle unido por la caridad con Cristo y se haga así miembro del verdadero Pastor”  [48].

 

El Catecismo de la Iglesia Católica dice que el sacerdocio es el sacramento gracias al cual la misión confiada por Cristo a sus apóstoles sigue siendo ejercida en la Iglesia hasta el fin de los tiempos; es pues, el sacramento del ministerio apostólico [49]. Por eso el sacramento del Orden se enumera entre los sacramentos al servicio de la comunión de la Iglesia. En efecto, mientras los demás sacramentos se ordenan a la salvación personal, el Orden y el Matrimonio se ordenan a la salvación de los demás, y si contribuyen a la salvación personal, lo es en relación al servicio de los demás [50].

 

Por eso San Pablo menciona explícitamente, al hablar de la necesidad de completar en nosotros lo que falta a la pasión de Cristo, el hecho de que esto es en favor del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, y menciona también el hecho de que de esa Iglesia él ha sido constituido ministro. De aquí la particular exigencia y obligación de los ministros de Cristo en la cooperación al misterio de la redención mediante la propia victimación en unión con Cristo crucificado.

 

5. La respuesta generosa de los tres pastorcitos

 

Los tres niños de Fátima respondieron con tanta generosidad a este llamado del Cielo, que su ejemplo es verdaderamente elocuente y conmovedor. Por eso nosotros, tanto los sacerdotes como los religiosos y los laicos, todos miembros de Cristo, no podemos mirar para otro lado. No podemos permanecer sordos ante este reclamo del Cielo, tan apremiante.

 

La pequeña Jacinta, que tenía solo siete años, había quedado muy impresionada por los padecimientos de los condenados en el infierno y por el anuncio de los sufrimientos que debía sufrir el Santo Padre. Por eso aprovechaba toda ocasión para hacer penitencia (en el comer, en el beber, y procurando incluso dolor sensible a su carne con una cuerda y con golpes de ortigas). En la homilía de beatificación San Juan Pablo II dijo de ella: “La pequeña Jacinta ha compartido y vivido la aflicción de la Virgen (por los pecados y por la eterna condenación de sus hijos) ofreciéndose heroicamente como víctima por los pecadores. Un día, cuando ella y Francisco habían ya contraído la enfermedad que los obligaba a estar en cama, la Virgen María vino a visitarlos en casa, como relata la misma Jacinta: ‘La Virgen vino a vernos y nos dijo que muy pronto vendrá a buscar a Francisco para llevarlo al Cielo. A mí me ha preguntado si yo quería todavía convertir más pecadores. Le dije que sí’. Y cuando se acercaba el momento de la partida de Francisco, la pequeña le recomienda: ‘Dale muchos saludos a Nuestro Señor y a la Virgen de parte mía, y diles que estoy dispuesta a soportar todo cuanto ellos querrán para convertir a los pecadores’. Jacinta había quedado tan impresionada por la visión del infierno, ocurrida en la aparición de julio, que todas las mortificaciones y penitencias le parecían poca cosa para poder salvar a los pecadores”  [51].

 

El pequeño Francisco, de solo ocho años, estaba en cambio más conmovido por el dolor que los pecados de los hombres causan a Jesús. Por eso en su corazón, verdaderamente contemplativo a pesar de su poca edad, tenía un solo deseo: consolar a Jesús, reparando las ofensas contra su Sagrado Corazón. En la homilía de la Beatificación San Juan Pablo II dijo de él: “En su vida se obra una transformación que se podría decir radical; una transformación sin duda no común en niños de su edad. Se entrega a una vida espiritual intensa, con una oración tan asidua y fervorosa, que llega a una verdadera forma de unión mística con el Señor. Justamente esto lo lleva a una progresiva purificación del espíritu mediante la renuncia a lo que le agrada y hasta a los juegos inocentes de niños… Todo le parecía poco para consolar a Jesús; murió con una sonrisa en los labios. Grande era, en el pequeño, el deseo de reparar las ofensas de los pecadores, ofreciendo con esta intención el esfuerzo de ser bueno; los sacrificios, la oración” [52].

 

Lucía tuvo que quedar aquí y vivir una vida casi centenaria para propagar la devoción al Corazón Inmaculado de María. Y tuvo que sufrir mucho. La Virgen se lo había profetizado, pero al mismo tiempo le había hecho esta estupenda promesa: “¿Sufres mucho? No te desanimes. Yo no te abandonaré jamás. Mi Corazón Inmaculado será tu refugio y el camino que te conducirá a Dios” [53].

 

Evidentemente ellos habían entendido muy claramente, por acción del Espíritu Santo, que podían contribuir grandemente al misterio de la redención de las almas con los propios sufrimientos, en su condición de miembros del único Cuerpo Místico de Cristo, “completando así en su carne lo que falta a la pasión de Cristo en favor de su Cuerpo que es la Iglesia” (Col 1,24). Su ejemplo es muy elocuente para nosotros, especialmente para los sacerdotes y los religiosos, a quienes nos toca por vocación y elección divina victimarnos con la Víctima perfecta [54].

 

 

IV. La lógica de la cruz vivificante en la ilación de las tres partes del secreto

 

 

         Establecida esta verdad, veamos desde la óptica del misterio de la comunión de los santos cómo es la lógica ilación del secreto de Fátima.

 

La primera parte del secreto es la visión de las almas que se condenan en el infierno. Esta posibilidad real, revelada claramente en la Biblia, de manera especial en el Nuevo Testamento [55], pertenece al depósito de la fe revelada [56]. La Virgen, pues, viene a invitar a los pastorcitos a ayudarla a salvar almas del infierno: “¿Queréis ofreceros a Dios, para soportar todos los sufrimientos que Él quiera enviaros, en acto de reparación por los pecados con que Él es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores?” [57].

 

La segunda parte del secreto es un aviso de cuáles son los remedios para evitar que tantas almas vayan al infierno, y al mismo tiempo, el anuncio de tremendos castigos a la humanidad: “Habéis visto el infierno, a donde van las almas de los pobres pecadores; para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. Si hicieran lo que os voy a decir, se salvarán muchas almas y tendrán paz, etc.” [58].

 

 

La Virgen quiere, por una parte, que se instaure la devoción a su Inmaculado Corazón, lo cual es voluntad de Dios. Y desea además que se realice la práctica de la comunión reparadora de los Cinco Primeros Sábados [59], y que Rusia, que representa el poder destructivo del ateísmo militante marxista que tomaría el poder en este país en el mes de octubre sucesivo, le sea consagrada [60]. Nuestra Señora menciona estos pedidos como remedios para distintos males que Ella misma anuncia: que las almas se salven y no vayan al infierno, que en el mundo haya paz, que muchas naciones no sean aniquiladas, que se evite el hambre, y que la Iglesia y el Santo Padre no sean perseguidos. Estas peticiones de la Santísima Virgen están en consonancia con las que hará en casi todas las apariciones: que se rece el Santo Rosario y que se haga penitencia por los pobres pecadores, y para consolar a Jesús, que está tan ofendido, y para atraer sobre el mundo la paz.

 

En esta segunda parte la Virgen da a entender que el mundo no escuchará a tiempo su llamado, y por tanto sobrevendrán grandes males a la humanidad y a la Iglesia, los cuales son anunciados como castigos. La tercera parte del secreto explicita aún más en qué consistirán esos terribles castigos, no sin antes anunciar que de todos modos al final el Santo Padre consagrará Rusia a su Corazón Inmaculado, y que se dará el triunfo de su purísimo Corazón: “al fin, mi Inmaculado Corazón triunfará”.

 

Notemos cuál es la lógica hasta aquí de la revelación que la Virgen hace a los tres niños, la cual se completará egregiamente en la tercera parte del Secreto. El mal terrible es la eterna condenación. Y para remediar eso el Señor quiere que reine en el mundo el Corazón Inmaculado de su Madre.

María Santísima viene a pedir ciertas cosas para evitar la condenación de las almas y estos otros muchos males que Ella está anunciando. Algunas de ellas tocan solo a la suprema autoridad de la Iglesia, como es el consagrar Rusia al Corazón de María, lo cual será hecho por el Santo Padre [61]. Pero hay otras cosas que tienen que hacer todos los fieles, los miembros de Cristo: penitencia y oración para reparar los ultrajes contra Cristo y contra su Madre y para evitar que las almas vayan al infierno. Si estas súplicas son desoídas, vendrán castigos mucho más grandes: los que María anuncia en la tercera parte del Secreto.

 

Nos interesa remarcar que estos castigos tremendos de orden temporal son menos graves que el castigo de la eterna condenación, y esto es un elemento fundamental en la lógica del secreto. Por eso el entonces Card. Ratzinger dice que la palabra clave de las dos primeras partes del secreto es “salvar almas”  [62].

 

Queremos ahora destacar algunos aspectos de la tercera parte del secreto, que desarrolla el anuncio de los castigos mencionados previamente, como explica la misma Sor Lucía [63]:

 

 

 

 

 

 

  

 

 

 

 

 

 

 

 

a. La protección de Nuestra Señora deteniendo o mejor atenuando los castigos que el ángel quiere infligir a la humanidad: “hemos visto al lado izquierdo de Nuestra Señora un poco más en lo alto a un Ángel con una espada de fuego en la mano izquierda; centelleando emitía llamas que parecía iban a incendiar el mundo; pero se apagaban al contacto con el esplendor que Nuestra Señora irradiaba con su mano derecha dirigida hacia él”.

 

b. La invitación apremiante del ángel a la penitencia, que al decir del entonces Card. Ratzinger, es la palabra clave de esta parte del secreto: “el Ángel señalando la tierra con su mano derecha, dijo con fuerte voz: ¡Penitencia, Penitencia, Penitencia!”  [64].

 

c. La visión de los martirios de los cristianos de todo tipo y condición, y del mismo Santo Padre, que es asesinado al pie de la cruz, como también la visión de la ciudad en ruinas llena de cadáveres, y el Papa que reza por ellos. Se trata de “la lucha de los sistemas ateos contra la Iglesia y los cristianos, y describe el inmenso sufrimiento de los testigos de la fe del último siglo del segundo milenio. Es un interminable Via Crucis dirigido por los Papas del Siglo XX  [65]”.

 

d. El modo como la visión indica el valor de la sangre de los mártires. Y en esto queremos hacer hincapié especialmente: “Bajo los dos brazos de la Cruz había dos Ángeles cada uno de ellos con una jarra de cristal en la mano, en las cuales recogían la sangre de los Mártires y regaban con ella las almas que se acercaban a Dios”.

 

Llegamos al punto en el cual toda la visión cobra su sentido más profundo, en unión con las dos partes anteriores del secreto. La sangre de los mártires es recogida por los ángeles y mezclada con la que cae de ambos brazos de la cruz, es decir, con la sangre de Cristo. Y con esos cálices los ángeles rocían a las almas que se acercan a Dios. Es decir, las vivifican, las hacen participes de la redención obrada por Jesucristo en la Cruz, por Jesucristo del cual los mismos mártires son miembros en la unidad del Cuerpo místico. Es decir, son ellos, los mártires, quienes “completan en su carne lo que falta a la pasión de Cristo”, y contribuyen como nadie a que las almas “laven sus vestiduras y las dejen blancas en la sangre del Cordero” (Ap 7,14).

 

Por eso comenta el Card. Ratzinger: “La sangre de Cristo y la sangre de los mártires están aquí consideradas juntas: la sangre de los mártires fluye de los brazos de la cruz. Su martirio se lleva a cabo de manera solidaria con la pasión de Cristo y se convierte en una sola cosa con ella. Ellos completan en favor del Cuerpo de Cristo lo que aún falta a sus sufrimientos (cfr. Col 1,24). Su vida se ha convertido en Eucaristía, inserta en el misterio del grano de trigo que muere y se hace fecundo. La sangre de los mártires es semilla de cristianos, ha dicho Tertuliano. Así como de la muerte de Cristo, de su costado abierto, ha nacido la Iglesia, así la muerte de los testigos es fecunda para la vida futura de la Iglesia” [66].

 

e. Los “castigos” divinos entran así plenamente en el plan de la Providencia de Dios. En la visión hay una especie de paradoja. Porque lo que ha sido profetizado como castigo divino termina siendo fuente de bendición y de redención para las almas, de manera que muchas de ellas son vivificadas en virtud de la sangre de Cristo y en virtud de la sangre de los mártires, porque no se trata de dos sangres distintas, sino de la misma sangre del Cordero: una misma sangre derramada tanto por la cabeza como por los miembros de su cuerpo místico. Incluso participan de esto aquellos miembros que, sin llegar al martirio cruento, ofrecen sin embargo todos sus sufrimientos al Señor.

 

Es la paradoja de la cruz gloriosa y vivificante. La cruz, que de instrumento de tortura, pasó a significar con Cristo crucificado la vida y la victoria más radical sobre las fuerzas del mal. De este modo la visión, que iniciaba de manera aterrorizante, termina siendo una visión llena de esperanza, como decía el Card. Ratzinger: “La visión de la tercera parte del ‘secreto’, tan angustiosa en su comienzo, se concluye pues con una imagen de esperanza: ningún sufrimiento es vano y, precisamente, una Iglesia sufriente, una Iglesia de mártires, se convierte en señal orientadora para la búsqueda de Dios por parte del hombre… Del sufrimiento de los testigos deriva una fuerza de purificación y de renovación, porque es actualización del sufrimiento mismo de Cristo y transmite en el presente su eficacia salvífica” [67].

 

De este modo el mensaje de Fátima nos recuerda la exhortación del Señor: “en el mundo tendréis tribulaciones, pero no temáis: Yo he vencido al mundo” (Jn 16,33). En la lógica del secreto subyace así la lógica y la paradoja de la victoria por medio de la cruz gloriosa. De este modo los castigos profetizados se convierten en fuente de redención y de bendición, y los mártires que los aceptan por amor a Cristo y a sus hermanos, “completan en su carne lo que falta a la pasión de Cristo en favor de su Cuerpo que es la Iglesia”.

 



V. Los mártires del siglo XX y la perspectiva esperanzadora del mensaje de Fátima

 

 

Corona de la Virgen donde fue engastado el proyectil del atentado
Corona de la Virgen donde fue engastado el proyectil del atentado

         De este modo, Fátima, con la estupenda promesa del triunfo del Inmaculado Corazón de María y de los frutos de la sangre de los mártires, especialmente de los mártires del siglo XX, abre ante nosotros una perspectiva de gran exigencia y al mismo tiempo de grandes esperanzas  [68].

 

Nos referiremos brevemente a tres puntos: 1) los mártires del siglo XX y la nueva evangelización; 2) la conversión continua a la santidad personal que nos reclama el mensaje de Fátima; 3) la predicación y el uso de los medios de santificación que Nuestra Señora vino a pedir en Fátima.

 

 

San Juan Pablo II consagrando el mundo al Inmaculado Corazón, 25 de marzo de 1984
San Juan Pablo II consagrando el mundo al Inmaculado Corazón, 25 de marzo de 1984

    1.      Los mártires del siglo XX y la nueva evangelización

 

 

Fue el Papa profetizado en Fátima, San Juan Pablo II, quien muchas veces durante su Pontificado se refirió a los mártires del siglo XX como signo de esperanza y como prenda de la nueva evangelización. Sin duda el santo Papa tenía en mente las profecías de Fátima, porque los mártires del siglo pasado, que fue el que más mártires tuvo, incluso más que los otros 19 siglos precedentes de la historia de la Iglesia puestos juntos, esos mártires, como hemos visto, fueron profetizados por la Virgen María en Fátima. Y porque la misma Virgen profetizó, mediante la visión del tercer secreto que acabamos de explicar, que la sangre de esos mártires vivificará muchas almas, vivificará la Iglesia, lo cual culminará con el triunfo de su Inmaculado Corazón: “por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará”.

 

 

En su libro “Cruzando el umbral de la esperanza”, hablando de la vuelta al cristianismo de los países de la ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, decía el santo Papa: “Pero, ¿en qué está la verdadera fuerza de la Iglesia? Naturalmente, la fuerza de la Iglesia, en Oriente y en Occidente, a través de los siglos, está en el testimonio de los santos, de los que de la verdad de Cristo han hecho su propia verdad, de los que han seguido el camino que es Él mismo, que han vivido la vida que brota de Él en el Espíritu Santo. Y nunca han faltado estos santos en la Iglesia, en Oriente y en Occidente. Los santos de nuestro siglo han sido en gran parte mártires. Los regímenes totalitarios, que han dominado en Europa en la mitad del siglo XX, han contribuido a incrementar su número. Los campos de concentración, los campos de muerte, que han producido, entre otras cosas, el monstruoso holocausto judío, han hecho que aparecieran auténticos santos entre los católicos y los ortodoxos, y también entre los protestantes. Se ha tratado de verdaderos mártires. Baste recordar las figuras del padre Maximiliano Kolbe y de Edith Stein y, aun antes, aquéllas de los mártires de la guerra civil en España. En el Este de Europa es enorme el ejército de los santos mártires, especialmente ortodoxos -rusos, ucranianos, bielorrusos- y de vastos territorios más allá de los Urales. Ha habido también mártires católicos en la misma Rusia, en Bielorrusia, en Lituania, en los países bálticos, en los Balcanes, en Galizia (actual Ucrania), en Rumania, Bulgaria, Albania, en los países de la ex Yugoslavia. Ésta es la gran multitud de los que, como se dice en el Apocalipsis, siguen al Cordero (cfr. 14, 4). Ellos completaron con su martirio el testimonio redentor de Cristo (cfr. Col 1, 24: lo que falta a la pasión de Cristo) y, al mismo tiempo, están en la base de un mundo nuevo, de la nueva Europa y de la civilización” [69].

 

 

Es interesante remarcar cómo termina la citación del Papa: estos mártires “están en la base de un mundo nuevo, de la nueva Europa y de la civilización”. Lo cual debe ser para nosotros fuente de grandes esperanzas, especialmente para el ministerio de los sacerdotes.

 

 

De hecho, en la Carta Apostólica Tertio millennio adveniente, del año 1994, el Papa comparaba el florecer de la Iglesia en tiempos de Constantino el Grande, preparada por los martirios de los tres primeros siglos, con nuestro tiempo, preparado por los mártires del siglo XX: “La Iglesia del primer milenio nació de la sangre de los mártires: ‘Sanguis martyrum, semen christianorum’ [70]. Los hechos históricos ligados a la figura de Constantino el Grande nunca habrían podido garantizar un desarrollo de la Iglesia como el verificado en el primer milenio, si no hubiera sido por aquella siembra de mártires y por aquel patrimonio de santidad que caracterizaron a las primeras generaciones cristianas. Al término del segundo milenio, la Iglesia ha vuelto de nuevo a ser Iglesia de mártires. Las persecuciones de creyentes -sacerdotes, religiosos y laicos- han supuesto una gran siembra de mártires en varias partes del mundo. El testimonio ofrecido a Cristo hasta el derramamiento de la sangre se ha hecho patrimonio común de católicos, ortodoxos, anglicanos y protestantes”. Y más adelante el Papa llama a estos hermanos nuestros, con frecuencia desconocidos, los “militi ignoti de la gran causa de Dios” [71].

 

 

Un punto decisivo en el magisterio de Juan Pablo II sobre este aspecto fundamental de la vida de la Iglesia en nuestro tiempo fue la “Conmemoración de los Testigos de la Fe del siglo XX” que tuvo lugar en Roma durante el Gran Jubileo del Año 2000, precisamente realizada como preparación para su viaje a Fátima, que tendría lugar una semana después.

 

Allí el Santo Papa dijo: “La experiencia de la II Guerra Mundial y de los años siguientes me ha movido a considerar con grata atención el ejemplo luminoso de cuantos, desde inicios del siglo XX hasta su fin, experimentaron la persecución, la violencia y la muerte, a causa de su fe y de su conducta inspirada en la verdad de Cristo. ¡Y son tantos! … La persecución ha afectado a casi todas las Iglesias y Comunidades eclesiales en el siglo XX, uniendo a los cristianos en los lugares del dolor y haciendo de su común sacrificio un signo de esperanza para los tiempos venideros. Estos hermanos y hermanas nuestros en la fe, a los que hoy nos referimos con gratitud y veneración, son como un gran cuadro de la humanidad cristiana del siglo XX. Un mural del Evangelio de las Bienaventuranzas, vivido hasta el derramamiento de la sangre” [72].

 

Carlos Sacheri, Jordán Bruno Genta y Raúl Amelong (de izq. a der.)
Carlos Sacheri, Jordán Bruno Genta y Raúl Amelong (de izq. a der.)

Por ej., en España -mencionada explícitamente por el Papa en el primer texto citado- los mártires de la persecución religiosa de los años ’30 se cuentan por miles. Ellos son mártires de una persecución teñida de ateísmo y de marxismo y fueron, sin dudas, profetizados por María Santísima en Fátima. Además de innumerables laicos, allí fueron asesinados in odium fidei más de 7.000 sacerdotes y religiosos, varios cientos de religiosas, y como corona de todo ello, 12 obispos. Digo como coronación de todo ello porque los obispos mártires del siglo XX recuerdan a los de los primeros siglos, en los cuales era prácticamente inevitable el asociar el episcopado con el martirio, comenzando por los Obispos de Roma de los tres primeros siglos, todos o casi todos martirizados [73]. De esta ingente multitud de mártires españoles del siglo pasado ya casi 2000 han sido beatificados o canonizados, lo cual hace de España, tal vez en absoluto, el país con más mártires declarados tales en todo el siglo pasado. ¡Es una gran gloria de la Iglesia en ese país, y al mismo tiempo, prenda de muchos frutos, de una nueva época de evangelización! [74].

 

Y esto vale también para nuestra Patria Argentina. Porque también aquí hubo mártires que cayeron bajo las balas y las bombas marxistas, como Carlos Sacheri, Jordán Bruno Genta y tantos otros, que se cuentan por varios miles [75]. Y hubo también muchos otros que, sin llegar a derramar su sangre, sufrieron persecución, incomprensiones, amenazas de todo tipo -incluso de muerte-, destierro, y tantos otros males por dar testimonio valiente de la verdad de Cristo ante la ideología marxista. Muchos de ellos eran, incluso, nuestros familiares y amigos. Todos ellos están profetizados en Fátima, en aquella visión de la tercera parte del Secreto que transforma el castigo terrible en fuente de esperanza porque por medio de sus sufrimientos muchas almas son vivificadas. Ellos han sufrido y/o muerto por Cristo, y su sangre y sus sufrimientos no son vanos: al contrario, ellos son la prenda más hermosa y más preciosa de un futuro cristiano para nuestra Argentina. Y lo mismo puede decirse en relación a otros países del mundo donde el marxismo expandió sus errores y su persecución.

 

Los mártires que derramaron su sangre para completar en su carne lo que falta a la pasión de Cristo en favor de su cuerpo que es la Iglesia son el ejemplo elocuente del que tenemos que valernos para nuestra vida espiritual y para la gran tarea de la nueva evangelización. Ellos no sólo son ejemplo de la coherencia cristiana en la fe hasta dar la propia vida, sino que además su sangre es vivificadora de la Iglesia de estos tiempos. Por eso en la tarea pastoral y en nuestra vida cristiana de hoy los mártires profetizados en Fátima, y por ello las mismas apariciones de Fátima en su conjunto, deben ocupar un lugar privilegiado.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

  2. La santidad personal sea como laicos, como religiosos o como ministros ordenados: completar también nosotros lo que falta a la pasión de Cristo

 

El centenario de las apariciones de Fátima debe ser también para todos nosotros fuente de renovación espiritual, de un relanzarnos a la búsqueda de la santidad con la fisonomía de la propia vocación, sea como laicos, como religiosos o como sacerdotes, buscando con todas nuestras fuerzas de unirnos a Dios mediante nuestra vida de fe, de esperanza, de caridad.

 

Fátima, ya lo dijimos al inicio citando a la Hermana Lucía, es un urgente reclamo del Cielo a muchos aspectos de la vida espiritual y eclesial que valen para todos los miembros de Cristo [76], y de un modo especial para los religiosos y para los sacerdotes [77]. No seremos buenos apóstoles sin estar muy unidos a Jesucristo, de cuyo único y eterno sacerdocio participamos tanto los laicos por el bautismo como los sacerdotes, aunque de un modo esencialmente distinto, por el sacramento del orden sagrado. Nuestra santidad personal es lo primero en nuestro celo por la gloria de Dios y por la santificación de las almas. Y no seremos buenos y santos sin imitar a Cristo en su relación filial con María Santísima, la cual estuvo totalmente asociada a la obra redentora de su Hijo, desde la Encarnación hasta el Calvario, y lo está a lo largo de toda la historia de la Iglesia.

 

Tomemos ejemplo de los pastorcitos, que siendo laicos y siendo tan pequeños, entendieron tan bien el urgente reclamo de Nuestra Señora para completar en ellos lo que falta a la pasión de Cristo, hasta el punto de llegar a ser heroicos en la práctica de las virtudes, sobre todo en el amor a Jesús, a María, a la Iglesia y el Papa y a las almas. Y, por ello mismo, heroicos en la negación de sí mismos.

 

Que este centenario renueve entonces en nosotros nuestro celo por nuestra santidad personal y por la salvación de las almas y nuestro amor incondicionado a la Iglesia y al “Dulce Cristo en la tierra” [78], el Papa.

 

San Juan Pablo II ante los restos de los pastorcitos
San Juan Pablo II ante los restos de los pastorcitos

    3. Predicar y poner en práctica lo que Nuestra Señora vino a pedir en Fátima

Finalmente, en este centenario tenemos que recordar que Nuestra Señora vino a Fátima para pedirnos también que honremos su Inmaculado Corazón y el Corazón de su Hijo, y que, para ayudar a salvar las almas de los pobres pecadores, hagamos ciertas cosas bien concretas, propias del realismo cristiano que brota del misterio de la Encarnación, cuando el Verbo asumió todo lo humano para poder redimirlo.

 

Por tanto, este centenario tiene que ser ocasión para una renovación en la vida cristiana a la luz de las revelaciones de Fátima, especialmente de los pedidos de nuestra Madre del Cielo. Ella vino a pedir que se rece el Santo Rosario, que se reciba devotamente la Santa Comunión, poniendo en el centro de nuestra vida la Santa Misa. Vino a pedir también que se haga mucha oración y mucha reparación a las ofensas que se cometen contra el Corazón de Cristo y contra su Inmaculado Corazón. Para esto último pidió que se establezca la práctica de los Cinco Primeros Sábados en reparación a las ofensas que se cometen contra las cinco verdades fundamentales de la teología y devoción marianas. Vino, finalmente, a pedirnos la conversión y que la ayudemos a la implantación del reinado de su Inmaculado Corazón en el mundo, porque de esta manera Dios será honrado y muchas almas serán salvadas.

 

Todos estos aspectos, entonces, deben estar presentes en nuestra vida y apostolado, y también en la predicación y en la tarea pastoral de los sacerdotes, si es que no queremos ser sordos al llamado insistente de María. ¡Ella misma nos ha indicado y trazado el plan pastoral para estos tiempos!

 

Confiemos en Ella y en el valor de la sangre de la innumerable constelación de testigos de la fe del siglo XX que nos ha precedido.

 

 

 

  

 

Conclusión

 

Queremos terminar citando una vez más al Papa profetizado en Fátima, al Papa tanto amado por María Santísima, San Juan Pablo II: “Que nos ayude y oriente, en esta acción misionera confiada, emprendedora y creativa, el ejemplo esplendoroso de tantos testigos de la fe que el Jubileo nos ha hecho recordar. La Iglesia ha encontrado siempre, en sus mártires, una semilla de vida. Sanguis martyrum - semen christianorum. Esta célebre ‘ley’ enunciada por Tertuliano, se ha demostrado siempre verdadera ante la prueba de la historia. ¿No será así también para el siglo y para el milenio que estamos iniciando? Quizás estábamos demasiado acostumbrados a pensar en los mártires en términos un poco lejanos, como si se tratase de un grupo del pasado, vinculado sobre todo a los primeros siglos de la era cristiana. La memoria jubilar nos ha abierto un panorama sorprendente, mostrándonos nuestro tiempo particularmente rico en testigos que, de una manera u otra, han sabido vivir el Evangelio en situaciones de hostilidad y persecución, a menudo hasta dar su propia sangre como prueba suprema. En ellos la palabra de Dios, sembrada en terreno fértil, ha fructificado el céntuplo (cfr. Mt 13,8.23). Con su ejemplo nos han señalado y casi ‘allanado’ el camino del futuro. A nosotros nos toca, con la gracia de Dios, seguir sus huellas” [79].

 

Los mártires del siglo XX y María de Fátima nos señalan el camino. Y ante las dificultades que podamos encontrar en estos tiempos difíciles no nos olvidemos de su hermosa promesa: “No te desanimes. Yo no te abandonaré jamás. Mi Corazón Inmaculado será tu refugio y el camino que te conducirá a Dios” [80]. Animémonos, pues, a ser generosos y a completar en nuestra carne lo que falta a la pasión de Cristo en favor de su Cuerpo que es la Iglesia.

 

 

NOTAS

 

[1] Cfr. Mons. A. Marto, Fátima e a modernidade. Profecia e Escatologia (Viseu 2007) 7. La frase es del escritor francés Paul Claudel.

[2] L. Gonzaga da Fonseca, Le meraviglie di Fatima (Milano 2001) 5.

[3] S. De Fiores, Il segreto di Fatima (Milano 2008) 22.

[4] Sr. Lucía, Apelos da mensagem de Fátima (Fátima 1997); ed. italiana: Gli appelli del messaggio di Fatima, LEV (Vaticano 2001).

[5] Cfr. Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los Presbíteros (Vaticano 2013) 120-123.

[6] Homilía en la misa de beatificación de los pastorcitos de Fátima, 13 de mayo de 2000.

[7] Así lo dice Ella muchas veces, y lo había dicho el ángel en 1916. Ya en su primera aparición, el 13 de mayo, María pregunta a los pastorcitos: “¿Queréis ofreceros a Dios, para suportar todos los sufrimientos que Él quiera enviaros, en acto de reparación por los pecados con que Él es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores?”; cfr. Sr. Lucía, Memorias de la Hermana Lucía (Fátima10 2008) 82.

[8] Cfr. Memorias de la Hermana Lucía, 121.

[9] Tratado de la verdadera devoción a las Santísima Virgen, n. 37. El santo dedica todo un capítulo al misterio de “María en los últimos tiempos de la Iglesia”; cfr. nn. 49-59.

[10] Memorias de la Hermana Lucía, 121-122; 207-208.

[11] Cfr. Memorias de la Hermana Lucía, 47: “Jacinta parecía insaciable en la práctica de los sacrificios”; 57: “Jacinta tomó tan a pecho el sacrificio por la conversión de los pecadores que no dejaba escapar ninguna ocasión”; 157: “Jacinta parecía preocupada por el único pensamiento de convertid a los pecadores”; etc.

[12] Una vez le respondió a Lucía: “Me gusta mucho más consolar a Nuestro Señor. ¿No te fijaste como Nuestra Señora, en el último mes, se puso tan triste cuando dijo que no se ofendiese más a Dios Nuestro Señor, que ya está muy ofendido? Yo deseo consolar a Nuestro Señor, y después convertir a los pecadores para que nunca más lo vuelvan a ofender”; Memorias de la Hermana Lucía, 155. Sobre este aspecto de la espiritualidad del pequeño Francisco se vean también las págs. 141-154, 148, 155-157, 161-163.

[13] Cfr. Memorias de la Hermana Lucía, 123.

[14] Esta promesa de volver para hacer estos pedidos se cumplió el 10 de diciembre de 1925, cuando Nuestra Señora se apareció a Lucía en Pontevedra, y el 13 de junio de 1929, cuando se le apareció en Tuy; cfr. Memorias de la Hermana Lucía, 122, nota 10.

[15] La mención de “Rusia” no debe entenderse en relación al pueblo ruso, que fue la primera víctima de la ideología marxista con la toma del poder en ese país por los bolcheviques en 1917. Debe entenderse de la ideología marxista intrínsecamente atea y perversa que el régimen instauró primero en Rusia, luego en la URSS, y más tarde en numerosos países del mundo.

[61] Ella les dijo: “esto no se lo digáis a nadie. A Francisco sí podéis decirlo”; Memorias de la Hermana Lucía, 177.

[17] La misma Sor Lucía escribe que se trata de una “revelación simbólica” en su Carta al Santo Padre Juan Pablo II del 12 de mayo de 1982; cfr. Memorias de la Hermana Lucía, 202-203. El Card. Sodano, en su intervención al final de la Misa de Beatificación de Francisco y de Jacinta (13 de mayo de 2000) afirmó: “Este texto es una visión profética comparable a la de la Sagrada Escritura, que no describe con sentido fotográfico los detalles de los acontecimientos futuros, sino que sintetiza y condensa sobre un mismo fondo hechos que se prolongan en el tiempo en una sucesión y con una duración no precisadas. Por tanto, la clave de lectura del texto ha de ser de carácter simbólico”. Lo mismo afirma el Card. Ratzinger en el comentario teológico que acompaña la publicación de la tercera parte del secreto. Los textos completos de estas intervenciones pueden verse en Congregación para la Doctrina de la Fe, El Mensaje de Fátima (Vaticano 2000).

[81] Memorias de la Hermana Lucía, 213.

[19] Se vea el texto en Congregación para la Doctrina de la Fe, El mensaje de Fátima (Vaticano 2000).

[20] El texto completo en Congregación para la Doctrina de la Fe, El mensaje de Fátima (Vaticano 2000).

[21] Juan Pablo II, Meditación desde el Policlínico Gemelli a los Obispos italianos, en Insegnamenti, vol. XVII-1 (1994) 1061.

[22] Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial del Enfermo del año 1997, n. 1, en Insegnamenti, vol. XIX-2 (1996) 561.

[23] Juan Pablo II peregrinó el 13 de mayo del año siguiente a Fátima para dar gracias a la Madre de Dios por haberlo salvado. En esa ocasión dijo: “Hace mucho tiempo que yo deseaba venir a Fátima, como tuve ocasión de decir a mi llegada a Lisboa; pero, desde que se produjo el conocido atentado en la Plaza de San Pedro, hace un año, al recuperar la conciencia, mi pensamiento se dirigió inmediatamente a este santuario, para depositar en el corazón de la Madre celestial mi gratitud por haberme salvado del peligro. Vi en todo lo que fue sucediendo -no me canso de repetirlo- una especial protección maternal de Nuestra Señora”; Encuentro con Monseñor Alberto Cosme do Amaral, Obispo de Leiria, en la Capilla de las Apariciones de Fátima (12 de mayo de 1982). Además, con ocasión de una visita a Roma del mismo Obispo, el Papa decidió entregarle la bala que había atravesado su cuerpo y había caído en el jeep después del atentado, para que se custodiase en el Santuario. La misma fue después engarzada en la corona de la imagen de la Virgen de Fátima.

[24] Los cristianos asesinados por la fe son aproximadamente 105.000 cada año en este comienzo del siglo XXI; cfr. M. Astrua, Perseguiteranno anche voi. I martiri cristiani del ventessimo secolo, Mimep-Docete Ed. (Pessano con Bornago, Milano, 2004), 17-18. Se vea también la conferencia de «Luci sull’Est» sobre la persecución anticristiana del s. XXI, en Zenit.org del 26 de setiembre de 2011; también la denuncia del arzobispo de Sevilla, Mons. Juan José Asenjo Pelegrina, sobre la persecución de los cristianos en el mundo por causa de la intolerancia religiosa publicada en AICA el 12 de febrero de 2012; también la denuncia del arzobispo Silvano Tomasi, Observador Permanente de la Santa Sede ante las Naciones Unidas y otros Organismos Internacionales de Ginebra, el 3 de julio de 2012 durante la 20ª sesión del Consejo de Derechos Humanos (18 de junio-6 de julio de 2012); cfr. L’Osservatore Romano, edición italiana cotidiana, miércoles 4 de julio de 2012.

[25] En el ya citado Mensaje para la Jornada Mundial del Enfermo del año 1997.

[26] Carta encíclica Mystici corporis Christi (29 de junio de 1943). Este documento magisterial es la charta magna del Magisterio pontificio sobre la doctrina del Cuerpo místico. Recomendamos vivamente su lectura.

[27] Congregación para la Doctrina de la Fe, El Mensaje de Fátima (Vaticano 2000).

[28] Camino Espiritual, 13,3.

[29] L. De la Palma, Camino Espiritual, 13,3.

[30] Super Epistulas S. Pauli Lectura, vol. II, Marietti Ed. (Turín-Roma 1953) 137-139, par. 58-73.

[31] Cfr. J. M. Bover, “Los trabajos apostólicos, complemento de los trabajos de Cristo”, en Teología de San Pablo, BAC ed. (Madrid4 2008) 572.

[32] Pensamientos (Madrid 52009) n. 553. Cfr. Juan Pablo II, Catequesis del 12 de enero de 1994; Catequesis del 8 de abril de 2009; etc.

[33] Pío XII, Carta Enciclíca Mystici corporis Christi, 20.

[34] Cfr. S. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, III, 8, 5; V. De Paolis, “Il Sacramento della Penitenza”, en I Sacramenti della Chiesa (Bologna 1989) 234.

[35] Cfr. Mt 9,15 (Mc 2,19-20; Lc 5,34-35); Mt 25,1-13. En Jn 3,29 el mismo Jesús es llamado Esposo por Juan Bautista. En Ap 19,7-9; 21,9 son descriptas las bodas del Cordero. Se vea Catecismo de la Iglesia Católica, 796.

[36] Otros modos de enseñar esta unidad o identidad son afirmaciones como estas: “quien a vosotros recibe, a mí me recibe” (Mt 10,40; Mc 9,37; Lc 9,48; Jn 13,20); “yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20); “lo que hicisteis a uno de estos mis pequeños hermanos, conmigo lo hicisteis” (Mt 25,40); etc. O cuando el Señor le dice a Pablo “Saulo, Saulo, ¿Por qué me persigues? ... Yo soy Jesús a quien tú persigues” (He 9,4-5), cuando en realidad Saulo perseguía a los cristianos, en lo cual se enseña claramente que es el mismo Cristo quien sufre persecución en ellos. Y así podríamos seguir agregando textos. 

[37] Constitución Apostólica Indulgentiarum doctrina (1967) 4.

[38] “A Cristo, que no conoció pecado, lo hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él” (2 Cor 5,21); cfr. Is 52,13-53,12.

[39] “Así, pues, entre los fieles, ya hayan conseguido la patria celestial, ya expíen en el purgatorio sus faltas, o ya peregrinen todavía por la tierra, existe ciertamente un vínculo perenne de caridad y un abundante intercambio de todos los bienes, mediante los cuales, expiados todos los pecados del Cuerpo místico, queda aplacada la justicia divina; y la misericordia divina es movida al perdón, para que los pecadores arrepentidos sean llevados más rápidamente al disfrute completo de los bienes de la familia de Dios”; Paolo VI, Indulgentiarum doctrina, 5.

[40] “El unigénito Hijo de Dios... adquirió un tesoro para la Iglesia militante y lo confió al beato Pedro, clavero del cielo, y a sus sucesores, sus vicarios en la tierra, para distribuirlo saludablemente a los fieles, y por motivos justos y razonables, para ser aplicado a los fieles verdaderamente arrepentidos y confesados [...]. Se sabe que de este tesoro constituyen un acrecentamiento ulterior también los méritos de la Beata Madre de Dios y de todos los elegidos”; Pablo VI, Indulgentiarum doctrina, 7; Clemente VI, Bula del Jubileo Unigenitus Dei Filius: Denz. - Schönm., 1025, 1026, 1027; cfr. Código de Derecho Canónico, c. 992; Catecismo de la Iglesia Católica, 1471.

[41] Mystici corporis Christi, 19.

[42] Memorias de la Hermana Lucía, 78, 169.

[43] Memorias de la Hermana Lucía, 82; 173.

[44] Cfr. Memorias de la Hermana Lucía, 51-52; 59; 82; 87; 98; 109; 126; 175; 192; 196; 200.

[45] Memorias de la Hermana Lucía, 78. En otra de las apariciones el ángel les enseñó esta oración, ante de darles la comunión: “Santísima Trinidad, Padre, Hijo, Espíritu Santo, os adoro profundamente y os ofrezco el preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, presente en todos los sagrarios de la tierra, en reparación de los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que Él mismo es ofendido. Y por los méritos infinitos de su Santísimo Corazón y del Corazón Inmaculado de María, os pido la conversión de los pobres pecadores”; Memorias de la Hermana Lucía, 170. 

[46] Diálogo, 117; cfr. Paolo VI, Carta apostólica Mirabilis in Ecclesia Deus (4 de octubre de 1970) 3.

[47] S. Th., III, 50, 5 ad 2.

[48] S. Tomás, Super Evangelium S. Ionannis Lectura, Marietti Ed. (Turín-Roma 1952) 261, par. 1398.

[49] Catecismo de la Iglesia Católica, 1536.

[50] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 1534. Lo mismo afirma Santo Tomás en S. Th., Suppl., 35,1 ad 1

[51] Homilía en la Beatificación de Francisco y de Jacinta Marto (13 de mayo de 2000) 3-4. Sor Lucía dice que Jacinta “parecía insaciable en la práctica de la penitencia”, y cuenta muchos ejemplos de ello; cfr. Memorias de la Hermana Lucía, 47-48.

[52] Homilía en la Beatificación de Francisco y de Jacinta Marto (13 de mayo de 2000) 2.

[53] En la segunda aparición, el 13 de junio; cfr. Memorias de la Hermana Lucía, 83; 125-126; 143; 175; 192.

[54] Sobre la espiritualidad de los tres pastorcitos y su ejemplo para nosotros se vea C. M. Buela, Fátima. Y el sol bailó (Nueva York 2012) 204-305.

[55] Cfr. Mt 5,22-29; 13,41-42.50; 18,18; 25,41; Mc 9,43-48; Jd 1,7; Ap 20,14; 21,8.

[56] La existencia y la eternidad de las penas del infierno son dogmas de fe católica; cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1033-1037; Concilio de Trento, Sesión 6ª, Decreto sobre la justificación, canon 25; Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios, 12: AAS 60 (1968) 438.

[57] En la primera aparición, el 13 de mayo de 1917; Memorias de la Hermana Lucía, 82.

[58] Memorias de la Hermana Lucía, 176-177.

[59] Como había prometido, Nuestra Señora se apareció a Sor Lucía en Pontevedra el 10 de diciembre de 1925 y le pidió la práctica de los Cinco Primeros Sábados: “Mira, hija mía, mi Corazón, cercado de espinas que los hombres ingratos me clavan continuamente con blasfemias e ingratitudes. Tú, al menos, procura consolarme y di que todos aquellos que, durante cinco meses, en el Primer Sábado se confiesen, reciban la Sagrada Comunión, recen el Rosario y me hagan 15 minutos de compañía, meditando en los 15 misterios del Rosario, con el fin de desagraviarme, yo prometo asistirles en la hora de la muerte con todas las gracias necesarias para la salvación de sus almas”; cfr. Memorias de la Hermana Lucía, 192.

[60] Esta interpretación del significado de “Rusia” fue dada por la misma Hermana Lucía en su Carta al Papa Juan Pablo II del 12 de mayo de 1982. Se vea el texto en Congregación para la Doctrina de la Fe, El Mensaje de Fátima (Vaticano 2000). Los bolcheviques tomaron el poder en Rusia el 25 de octubre de 1917 (según el calendario juliano). En rigor, la revolución había ya estallado con la “Revolución de febrero”, que llevó a la abdicación del zar Nicolás II. El gobierno provisional que se había formado en esa ocasión duró hasta octubre de ese mismo año, cuando en la “Revolución de octubre” los bolcheviques se hicieron con la totalidad del gobierno. Las apariciones de Fátima de 1917 tuvieron lugar entre estas dos fases de la revolución rusa. La Virgen María, como había prometido a los pastorcitos, vino nuevamente para pedir a Sor Lucía la consagración de Rusia a su Inmaculado Corazón. Lo hizo en una aparición en Tuy (España) el 13 de junio de 1929; cfr. Memorias de la Hermana Lucía, 194-196.

[61] Dicha consagración, con todos sus requisitos, fue hecha por San Juan Pablo II el 25 de marzo de 1984, como atestiguó la misma Sor Lucía; cfr. Memorias de la Hermana Lucía, 202; Congregación para la Doctrina de la Fe, El Mensaje de Fátima, Presentación del Card. T. Bertone.

[62] Congregación para la Doctrina de la Fe, El Mensaje de Fátima (Vaticano 2000).

[63] Carta al Santo Padre Juan Pablo II del 12 de mayo de 1982. El texto completo en CDF, El Mensaje de Fátima (Vaticano 2000) y en Memorias de la Hermana Lucía, 202-203.

[64] Cfr. El Mensaje de Fátima (Vaticano 2000).

[65] Card. Angelo Sodano, Comunicado al final de la Misa de Beatificación de Francisco y Jacinta Marto (Fátima, 13 de mayo de 2000); cfr. El Mensaje de Fátima (Vaticano 2000).

[66] El Mensaje de Fátima (Vaticano 2000).

[67] El Mensaje de Fátima (Vaticano 2000).

[68] Cfr. Sobre Fátima y los mártires del siglo XX se vea C. M. Buela, Fátima. Y el sol bailó, 88-99. Sobre los mártires del s. XX en general cfr. A. Riccardi, El siglo de los mártires, Plaza & Janés Ed. (Barcelona 2001).

[69] Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la esperanza (Madrid 1994), cap. 27: “Cuando ‘el mundo’ dice no”.

[70] Tertuliano, Apol., 50, 13: CCL 1, 171.

[71] Carta apostólica Tertio millennio adveniente (10 de noviembre de 1994) 37.

[72] Juan Pablo II, Homilía en la conmemoración ecuménica de los testigos de la fe del siglo XX (7 de mayo de 2000).

[73] Cfr. J. A. Martínez Camino, “En el siglo XX los obispos vuelven a ser mártires”, en Conferencia Episcopal Española, Los doce obispos mártires del siglo XX en España (Madrid 2012) 9-17.

[74] Cfr. J. A. Martínez Camino, “Los santos mártires del siglo XX, testigos de la misericordia para esta generación”, en Teología y Catequesis 135 (2016) 141-175. Por ejemplo, en la diócesis de Alcalá de Henares está el Cementerio de los Mártires de Paracuellos del Jarama, con miles de mártires asesinados a fines del año 1936 sólo por ser católicos. El actual obispo diocesano, Mons. Juan A. Reig Pla, llama a este cementerio la “Catedral de los mártires”: “Esta es la catedral más grande edificada jamás, pues ha sido levantada con la sangre de miles de mártires, de modo que es el santuario más grande del mundo, donde se concentran más mártires por metro cuadrado, muchos de ellos elevados a la gloria de los altares”; Homilía en el Cementerio de Paracuellos del Jarama, 29 de noviembre de 2009; citado en J. López Teulón, El mártir de cada día, vol. II (Madrid 2012) 660.

[75] Según algunos datos que no hemos podido corroborar con precisión, los muertos por la subversión y el terrorismo marxista en Argentina en los años ’70 son más de 800.

[76] Sr. Lucía, Apelos da mensagem de Fátima (Fátima 1997).

[77] Sobre la santidad y espiritualidad sacerdotales puede leerse con fruto: Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los Presbíteros (Vaticano 2013) 63-121.

[78] S. Catalina de Siena, Carta 185.

[79] Carta apostólica Novo millennio ineunte (6 de enero de 2001) 4.

[80] Memorias de la Hermana Lucía, 83; 125-126; 143; 175; 192. 

 

 

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