Vocación y práctica de la vida religiosa

Continuamos nuestra presentación de la vida religiosa, iniciada hace ya tiempo, y queremos hacerlo compartiendo una serie de artículos de un profundo estudio llevado a cabo por un monje de la Familia religiosa Del Verbo Encarnado, quien nos habla de la vocación y práctica de la vida religiosa según la doctrina y ejemplo de San Juan de la Cruz. Dada la extensión del trabajo, y mereciendo la pena colocarlo íntegro, ocuparemos varias entradas de nuestro blog. Esperamos que nuestros amables lectores disfruten con tan sólida doctrina.

 

 

Juan Manuel del Corazón de Jesús Rossi

(El Pueyo de Barbastro, España)

 

«Porque no está la falta, Dios mío,

en no nos querer tú hacer mercedes de nuevo,

sino en no emplear nosotros las recibidas sólo en tu servicio,

para obligarte a que nos las hagas de continuo».

(Noche oscura, canción II, l. 2, c. 19)

 

Juan de la Cruz es un santo «macizado»[1]. Los mil ribetes de que está hecha su personalidad se integran en él de modo jerárquico («concéntrico» dijera Kierkegaard[2]), como «material bien unido y apretado», fundados en la necesaria unicidad de la mejor parte: el amor en el seguimiento de Jesucristo (cf. Lc 10, 41-42).

Su aspecto más humano es ya de una calidad excepcional. Tenía una madurez de criterio adelantada a su edad («de niño, tuvo ser de viejo» dice uno de sus primeros biógrafos[3]) y un muy llamativo talento para las artes y oficios prácticos [4] y para el trato con los demás[5]. Santa Teresa Benedicta de la Cruz asegura de él que «poseía una naturaleza de artista»[6]: fue un virtuoso de la música y el canto, y podía cumplir aventajadamente tareas de entallado, imaginería y construcción. A vista de sus pocos dibujos (el Cristo escorzado, por ejemplo, o el dibujo del Monte), y con el aval de maestros como Sert y Dalí, afirman Efrén-Steggink que «estamos, sin duda, ante un artista creador, no inferior potencialmente a los mayores genios de la pintura»[7]... y fueron disciplinas en las que no se formó y que ejercía solamente de manera ocasional, por inspiración «artística».

En cambio en el campo de la palabra –y especialmente de la palabra poética–, que ejercía por inspiración, digamos «mística» y en el cual recibió una sólida formación, formal y doctrinal, clásica y cristiana; ha llegado a la cumbre, porque no ha habido jamás, dirá un crítico insigne, «un místico que uniera a la más alta contemplación la más alta intuición artística, como se unen en san Juan de la Cruz»[8]. Elocuente desde el púlpito («tenía suspensos e incansables a cuantos le oían»[9]) y notable por su prosa («lisa, llana, perfecta, precisa y exacta»[10]), se alzó soberanamente sobre todo modo de expresión en el recurso al verso lírico, del cual es el mayor exponente en lengua castellana (y quizás también a nivel universal, si exceptuamos las composiciones poéticas de la Escritura).

 

Y si a fuer de su talento y don natural (ejercitado y fructificado sobrenaturalmente) es ya digno de admiración y estudio, no lo es menos por su presencia y accionar históricos y por su providencial misión magisterial y doctrinaria. Como maestro espiritual de la Reforma del Carmelo fue Juan de la Cruz actor principal en la historia de la construcción de la Cristiandad española en el Siglo de oro[11]; y como «doctor de la perfecta abnegación» fue «santo y maestro de la santidad» [12], y santo altísimo y altísimo maestro, de doctrina espiritual irrecusable y canonizada por la Autoridad de la Iglesia, al punto de aseverar el p. Lucinio del Santísimo Sacramento que, en «todas las contingencias de la vida espiritual es necesario su magisterio para los directores y para los dirigidos»[13].

Son todas diversas facetas. Son como laderas, cada una con su cima, o con sus filos enriscados, a partir de las cuales se puede atacar la altura mayor, integral, de ese ser personal elevado por la gracia y por la santidad a la Unión más íntima con su Hacedor. Juan de la Cruz es todas ellas: es un hombre cabal, un esteta, un maestro de oración y abnegación; psicólogo, filósofo, teólogo y místico; fundador y reformador; y un santo, por sobre todo un santo, y forjador de santidad. Y todas estas facetas llevadas a la excelencia y no disparadas hacia fuera sino hacia dentro y hacia arriba, devueltas a su Señor, ordenadas por una vida de entrega total, de oblación y de deseo. Porque en medio de esas tantas labores tuvo una labor principal y una preocupación única, que constituía su modo concreto de vivirlas todas y de hallar por su medio el camino del propio y unitivo holocausto: su consagración como religioso en el Carmen Descalzo.

 

*  *  *

 

Fray Juan de la Cruz «vivió su vocación religiosa en plenitud; y la vivió aspirando a la unión con Dios, a una siempre mayor unión con Dios, “núcleo” y “centro más profundo” de su existencia personal y de todo su magisterio oral y escrito» [14]. Esa fue su preocupación y vocación esencial: la perfección como religioso y la perfección de la vida religiosa en su Orden. Fue el fin al que ordenó todo su talento y dote particular. Fue la vía que se fijó para andar a zaga de la huella[15] de «este gran Dios nuestro humillado y crucificado», porque había entendido «que esta vida, si no es para imitarle, no es buena» [16].

De su vida entera se transfunde a la doctrina de sus escritos esta intención inicial de configurarse con Jesucristo en su consagración. Para el p. José Vicente Rodríguez «la vida religiosa es el tema pleno de sus enseñanzas»[17]. Todas sus obras son, en sustancia, manuales de vida religiosa: las escribió para religiosos («los cuales, como ya están bien desnudos de las cosas temporales de este siglo, entenderán mejor la doctrina de la desnudez del espíritu» [18]) y en ellas se encuentra cabal su modo de entender cada elemento de esta vida y su ideal completo, que es la abnegación de Cristo, revivida y expresada en nuestra conformación con Él [19].Para quien no se ha consagrado en religión es también el camino, el de las nadas y las noches, único por el que va al encuentro más puro con Dios; pero para el religioso es más: es una obligación que tiene, por el compromiso de tendencia impostergable a la perfección asumido al profesar[20] y es su modo propio de santidad, porque es el modo propio de «Jesús, el Consagrado por excelencia»[21].

Tomados como guías específicos para la práctica de la vida religiosa cotidiana, los textos sanjuanistas adquieren una fuerza mucho mayor. La desnudez de espíritu y abnegación que en ellos se escribe se torna en buena hora, para quien se ha obligado a ello, «palabra aterradora», como bien lo dice el p. Alfonso Torres, pues es «cierto que quienes queremos andar por los caminos del espíritu tenemos miedo a un despojo tan radical» [22]. Pero hay necesidad de ello y por eso este recurso al santo, a la «doctrina sustancial y sólida»[23] salida de su pluma, y al ejemplo de su vida, unificada en un empeño religioso ininterrumpido y sin miramientos, que podía cantar con toda limpieza:

 

 

 



 

 

"Mi alma se ha empleado,

y todo mi caudal en su servicio;

ya no guardo ganado,

ni ya tengo otro oficio, 

que ya solo en amar es mi ejercicio"[24]

[1]Lucinio del Santísimo Sacramento, «Prólogo» en Aa. Vv., Vida y obras de san Juan de la Cruz, BAC (Madrid 1955), XXII. En las páginas 1-472 de este volumen se encuentra la «Vida de San Juan de la Cruz», obra póstuma de Crisógono de Jesús, premiada por el Ministerio de Educación de la Nación española con ocasión de los 400 años del nacimiento del santo (1942). Es, a mi entender, la mejor de las biografías, por el enfoque general (sobrenatural y realista, ni aparatoso ni racionalista) y por la inmensa cantidad de información de primera mano que maneja el autor. Algunos puntos de vista históricos o documentales han sido superados posteriormente, pero en contextos en parte heterodoxos.

[2] Cf. Fabro, C., «I caratteri dell’amore cristiano secondo Sören Kierkegaard» en Momenti dello spirito, vol. II, Ed. Sala francescana de cultura «P. Antonio Giorgi» (Asís 1988), 387.

[3]Alonso de la Madre de Dios, Vida, virtudes y milagros del santo Padre Fray Juan de la Cruz, EDE (Madrid 1989), 49. La edición es moderna (del P. Fortunato Antolín) pero el texto es de 1625; su autor era entonces el postulador de la Causa de canonización de san Juan de la Cruz, a quien conoció personalmente en Segovia.

[4]Efrén de la Madre de Dios-Steggink, Otger, Tiempo y vida de San Juan de la Cruz, BAC (Madrid 1992), 70. La obra de estos autores es probablemente la más completa desde el punto de vista histórico y documental, sobre la base de la del p. Crisógono, con algunas correcciones y complementos. De todas maneras, creo conviene atender a ciertos puntos doctrinales, y especialmente ante determinadas disquisiciones psicológicas que se intercalan como explicación de algunos hechos y enseñanzas del santo.

[5] Cf. Efrén-Steggink, Tiempo y vida..., 104-105:«A nuestro Juan de Yepes, a lo largo de su vida –con ser hombre retraído, como si no mirase dentro de sí–, se le iban los ojos hacia toda necesidad que pidiese remedio [...] Tan embebido como andaba siempre en Dios, a la primera ocasión de hacer caridad se volcaba como si se desdoblase y fuese otro».

[6]Stein, Edith, Ciencia de la Cruz, Monte Carmelo (Burgos 20115), 50.

[7]Efrén-Steggink, Tiempo y vida..., 94. Ya en 1641 decía al respecto el p. Jerónimo de San José (Historia del Venerable Padre Fr. Juan de la Cruz, primer descalzo carmelita, II, 9, 6): «Cuantos saben de él en la pintura, han admirado que lo más dificultoso de ella, que es la perspectiva en escorzo, la hubiese ejecutado tan diestra y fácilmente quien no hubiese, y por muchos años, ejercitado el arte de pintar. Pide tan singular destreza, que los mayores maestros de esta Arte, que lo han visto, tienen a particular milagro haber hecho este dibujo quien no fuese muy ejercitado y diestro pintor».

[8]Alonso, Dámaso, La poesía de San Juan de la Cruz (desde esta ladera), Aguilar (Madrid 1958), 147. Allí mismo: «Por eso estos poemas que del lado literario son ya un prodigio, representan al mismo tiempo [...] el soplo, la inspiración del Espíritu de Dios sobre la lengua de los hombres». A este respecto puede verse mi artículo «San Juan de la Cruz: arte mística y experiencia poética» en Diálogo LXII (2013), 51-93.

[9]Crisógono, «Vida», 312.

[10]Royo Marín, A., Los grandes maestros de la vida espiritual, BAC (Madrid 1973), 351.

[11] «Fue realmente providencial su aparición en aquella hora políticorreligiosa de la España del siglo XVI, que le cedió la reciedumbre de la raza; y fue también providencial en la hora de aquella Europa, que remataba una época de siete siglos entre gritos desaforados de Reforma y entre estertores de muerte y desolación, mientras abría nuevos rumbos a la acción en todos los sectores donde anidaban las fuerzas motrices de la Historia en su factor humano» (Lucinio, «Prólogo», XXVIII).

[12] Cf. Torres, Alfonso, «San Juan de la Cruz, Doctor de la perfecta abnegación» en Manresa XIV (1942), 193-201. Reproducido en Obras completas del p. Alfonso Torres, S. I., t. IX: «El escándalo de la cruz», BAC (Madrid 1973), 386-395. Cito de esta nueva edición.

[13] «Prólogo», XXXI. «Si la Iglesia lo venera como Doctor Místico desde el año 1926, es porque reconoce en él al gran maestro de la verdad viva acerca de Dios y del hombre» (Juan Pablo II, Homilía en la celebración de la palabra en honor de san Juan de la Cruz, Segovia, 4 de noviembre de 1982, 9).

[14]Rodríguez, José Vicente, Cien fichas sobre san Juan de la Cruz, Monte Carmelo (Burgos 2008), 296.

[15] Cf. Canciones entre el alma y el esposo [Cántico espiritual] – segunda redacción (CB), canción 25. En San Juan de la Cruz. Obras completas, Monte Carmelo (Burgos 2007-2ª reimpr.), 850. Todas las veces que cito textos del santo los tomo de esta edición, preparada por el p, Eulogio Pacho, con abundantes comentarios, a mi entender no acertados en su totalidad, aunque sí en gran parte.

[16]Carta a la M. Ana de Jesús, 6 de julio de 1591 [Obras, 1329].

[17]Rodríguez, J., Cien fichas..., 296.

[18]Subida al Monte Carmelo, pról., 9 [Obras, 159]. Señala allí mismo (nota 8) el p. Eulogio Pacho que el contenido «es válido para todos, pero sólo serán “los menos” quienes se aprovechen de ello. Depende de una opción radical: querer, o no, pasar por la desnudez (léase, noche-purificación) espiritual». La profesión religiosa es la rúbrica de un contrato de aceptación de este «querer».

[19] Cf. San Juan Pablo II, Exh. ap. Vita consecrata, 16.

[20] «... in statu perfectionis proprie dicitur ese aliquis, non ex hoc quod habet actum dilectionis perfectæ, sed ex hoc quod obligat se perpetuo, cum aliqua solemnitate, ad eaquæ sunt perfectionis» (Santo Tomás de Aquino, S. Th., II-II, 184, 4, c.).

[21]San Juan Pablo II, Exh. ap. Vita consecrata, 9.

[22]Torres, A., «San Juan de la Cruz, Doctor de la perfecta abnegación», 387.

[23]Subida al Monte Carmelo, pról., 8 [Obras, 159].

 

[24]CB 28 [Obras, 874].

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