Consagración total por medio de los votos

Los votos pertenecen a la esencia de la vida religiosa. Precisamente "un Instituto religioso es una sociedad en la que los miembros, según el derecho propio, emiten votos públicos perpetuos o temporales que han de renovarse... y viven vida fraterna en común"[1].

 

La vida religiosa no es la perfección o santidad sino un medio y disposición para alcanzarla. Este medio o disposición no es otra cosa que la práctica de los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia bajo voto, y de aquí que sean la esencia de la vida religiosa.

 

Siendo común a todos los religiosos, cada Instituto sin embargo, según su carácter y fines ha de determinar en sus constituciones el modo de observar los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia, de acuerdo con su modo de vida[2]. En nuestra Familia Religiosa, además de los tres votos, tenemos como propio emitir un cuarto voto de esclavitud mariana, que implica “una total entrega a María para servir mejor a Jesucristo” [3].

 

El voto implica una promesa de un bien posible y mejor, hecha no a cualquiera sino al mismo Dios; de aquí que se siga una verdadera y especial obliga­ción. Es un seguimiento de Cristo, pero no de cual­quier manera “sino con el propósito de no volverse atrás. Por eso dijo Nuestro Señor: Nadie que pone la mano en el arado y mira atrás es apto para el Reino de Dios (Lc 9, 62). Ahora bien, este firme propósito de seguir a Cristo se asegura por el voto”[4].

 

La consagración a Dios de la vida religiosa es una consagración total, que “exige, según San Gregorio, consagrar a Dios ‘toda la vida’”[5], lo cual sólo se puede llevar a cabo por medio del voto, ya que no posee­mos la vida toda entera, en un momento. Los votos establecen un vínculo poderoso entre Cristo y el alma consagrada. Es una donación perpetua que imita y de alguna manera busca retribuir la entrega de Cristo a su Esposa, la Iglesia.

Los consejos evangélicos son, ante todo, un don de la Santísima Trinidad. (...) son expresión del amor del Hijo al Padre en la unidad del Espíritu Santo. Al practicarlos, la persona consagrada vive con particular intensidad el carácter trinitario y cristológico que caracteriza toda la vida cristiana[6].

 

Los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia, vividos por Cristo en la plenitud de su humanidad de Hijo de Dios y abrazados por su amor, aparecen como un camino para la plena realización de la persona en oposición a la deshumanización, un potente antídoto a la contaminación del espíritu, de la vida, de la cultura; proclaman la libertad de los hijos de Dios, la alegría de vivir según las bienaventuranzas evangélicas” [7].

 

Pidamos por todos aquellos que sienten el llamado de Cristo a seguirlo en la vida consagrada, para que tengan fortaleza de ánimo y una gran confianza: Todo lo puedo en Aquel que me conforta (Fil 4,23).

 

Te invitamos a ver en la página www.ive.org la sección videos: Juan Pablo II al encuentro del joven, la vocación de un santo.



[1] CIC, c. 607, § 2.

[2] CIC, c. 598, § 1.

[3] De nuestras Constituciones.

[4] S. Th., II-II, 186, 6, ad 1.

[5] S. Th., II-II, 186, 6, ad 2.

[6] Cf. VC, 20.21.

[7] CdC, 13.


Escribir comentario

Comentarios: 0